Huéspedes

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El interior del hotel era tal cual lo había imaginado. Estructuralmente modesto, perfecto reflejo de lo que su exterior evidenciaba, pero también suntuoso en cuanto a detalles. Una gran escalera de madera se erguía a la derecha, cuya barandilla con diminutos arabescos era acompañada por una pesada alfombra de lana. A la izquierda la chimenea y unos pasos más al fondo, la recepción. Seguido de esta dos largos pasillos que, en completa oscuridad, parecían estar inhabilitados. Cuatro enormes cuadros de marcos dorados colgaban de las paredes y algunas lámparas también. Todo allí se veía antiguo más no viejo, pues estaba conservado en perfectas condiciones.

Teniendo en cuenta que era él y no Camus quien cargaba con el dinero destinado a ser utilizado, tomó la iniciativa de acercarse a la recepción. Allí encontró a un señor mayor de aspecto bondadoso y tierna mirada que los recibió muy cordial con solo verlos.

- Buenas noches - respondieron al unísono el saludo del hombre. Allí de pie tras el mostrador pareciera que estuviera siempre a la espera de nuevos huéspedes que atender, cosa que lo llenaba de intriga. ¿Cómo era eso posible teniendo en cuenta en donde se encontraban? Se vio tentado de preguntar cuál era la atracción turística que justificara la presencia del hotel pero se aguantó. Se suponía que también ellos eran excursionistas. - ¿Cómo está? - continuó entonces. - Nos ha sorprendido la tormenta, no teníamos idea de que se acercaba una. Error de principiantes.. - se encogió de hombros. - ¿De casualidad le quedan habitaciones?

Se sintió un idiota formulando aquella pregunta. Por supuesto que le quedaban habitaciones libres. Observó por el rabillo del ojo al francés y comprobó que se había sentado en la escalera detrás suyo. Con las piernas cruzadas, prefería quedar fuera de aquella conversación.

- Es su día de suerte, caballeros - respondió el anciano. - Tan solo me queda una habitación.

Debió morderse la lengua para no escupir lo primero que se le cruzó por la mente. Aquel viejito mentiroso debía decirle lo mismo a todo quien entrara por esa puerta. Respiró profundo y se obligó a sonreír.

- ¡Qué afortunados! - expresó con vehemencia. - ¿Has oído, amigo? La última habitación es nuestra.

El francés no le siguió el juego. Con la mirada hacia el costado, continuaba ajeno a la situación. Interpretó lo que aquello significaba y tan solo se limitó a buscar en sus bolsillos el dinero para pagar la noche.

- No, señor. El hospedaje se abona a la salida, solo le pido que llene este formulario por ahora - negó el anciano con suma suavidad al ver que se disponía a pagarle. Completó la hoja que este le extendió con información puramente falsa y se la entregó. - Muy bien, permítanme acompañarlos a su habitación.

Dicho esto salió de detrás del mostrador, cogió una de las lámparas que colgaban de la pared y pidió que lo siguieran. Ya en pie, Camus se corrió a un costado para dejarlo pasar; al hacerlo, el hombre le dedicó una sincera sonrisa al acuariano. Subieron con tranquilidad la escalera y al llegar al tercer piso enfilaron hacia el pasillo que conducía a las respectivas habitaciones. Entretanto, cada vez que pasaban por una puerta lograban oír sonidos familiares tales como agua corriendo, pasos, conversaciones que no llegaban a distinguir y hasta risas infantiles.

Ante esto último buscó la mirada de su compañero nuevamente. ¿Por qué Camus se veía tan tranquilo ante lo que para él era sumamente extraño? ¿Realmente estaba exagerando? Se obligó a pensar que sí.

- Su habitación, caballeros - giró el hombre la llave que abría la puerta. Al primer vistazo la habitación se veía cálida y agradable. Una cama matrimonial con abundantes frazadas estaba dispuesta justo en el medio, un sillón, una mesita, un par de lámparas y una copiosa colección de libros que reposaban sobre gruesos estantes de madera. - Espero que su estadía sea placentera, si puedo serles útil en cualquier otro aspecto por favor háganmelo saber.

El hotel (MiloxCamus)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora