Los residentes

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Ocupando el sillón, intentaba despejar su mente de lo que fuera una misión larga y sumamente tediosa. Tenía en sus manos uno de los tantos libros que la habitación ofrecía pero no conseguía retener por demasiado tiempo sus líneas. Distraído, volvía a levantar la vista hacia su inestable compañero. De pie frente a la ventana, el griego parecía estar inmerso en la imagen que el exterior ofrecía. Lo sentía nervioso, inquieto, mucho más que de costumbre. Allí plantado, le daba la impresión de que hubiera preferido estar en el medio de la tormenta que en donde se encontraban.

Sacando el extraño momento que se produjo entre Milo y aquel hombre, nada más había pasado. La cena se había desarrollado en tranquilidad y armonía. Sin embargo, apenas esta concluyó el griego había vuelto a adoptar una actitud completamente a la defensiva. Sabía que no era con él el problema, no es que hubiera tenido una actitud poco amable ni nada por el estilo, más bien pareciera que estuviera molesto consigo mismo.

- ¿Vas a decirme qué te pasa? - se dirigió al escorpiano con suavidad, tal y como lo hubiese hecho con uno de sus niños. Sabía que en aquellas condiciones era mejor no alterarlo. Debía ser afable. Ante sus palabras, este pareció salir de un trance. Volviéndose hacia él, tan solo se lo quedó viendo. - ¿Milo? - acotó ante su silencio.

- No lo sé - le respondió.

- ¿No sabes qué te pasa?

- No.

Frunció el ceño ante las respuestas que su compañero le dio. No reconocía al Milo que creía conocer en la persona que tenía enfrente, el griego no solía ser alguien que se quedara sin palabras. Podía sentir su ansiedad así como también la incertidumbre que lo aquejaba.

- ¿Por qué no intentas descansar? - sugirió cordial.

Lo más probable era que tuviera la mente y el cuerpo cansados. Después de todo estaban sin dormir, el primer bocado después de largo tiempo lo habían dado sino recién y Milo había padecido el extremo frío por horas. Absorto, su compañero pareció analizar su propuesta, era evidente que lo tentaba.

- No me siento cómodo haciéndolo - objetó al fin. Él dibujó una pequeña sonrisa, no esperaba menos de Milo y de su orgullo, bien sabido era que este era tenaz y tan duro como el acero. Cerró el libro entre sus manos y lo observó por un par de segundos.

- Yo montaré guardia - sabía que era la única opción en que lograría que se quedara tranquilo. Por alguna razón él creía que debían estar alertas y no costaba nada darle el gusto. - Estoy bien - agregó al comprobar que este analizaba con su minuciosa mirada qué tan fatigado se encontraba. - Descansa tú primero.

No debió insistir demasiado para que al fin accediera a acostarse un par de horas. Con la promesa de que al amanecer partirían, consiguió conformar al inestable escorpión. Era indudable que no se sentía cómodo estando allí en vez de resolviendo lo que se suponía tenían que resolver. Al griego no le gustaban las cosas a medio hacer y era únicamente por su persistencia que había accedido a ir hasta allí con él.

Apagó las luces casi en su totalidad, quedándose únicamente con la más pequeña de ellas para poder leer el tiempo que durara el descanso de su compañero. Abrazando la almohada con fuerza y tapado hasta el cuello, este le daba el aspecto de un niño. Aquella no era una imagen muy diferente a la que veía a diario con sus discípulos. Tanto Isaac como Hyoga también la abrazaban. Volvió a abrir el libro en donde se había quedado y no sin antes dedicarle una última mirada, retomó su lectura. Apenas media hora después, volvió a tener que interrumpirla. Agitado, Milo despertó de lo que probablemente fuera una horrible pesadilla. Los violáceos cabellos cubriéndole las sienes evidenciaban el sudor que esta le había provocado. Estaba sobresaltado.

El hotel (MiloxCamus)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora