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Park Jimin había aceptado un trabajo como cuidador en un manicomio. Desde el principio sabía que no era la mejor opción laboral; intuía que su propia salud mental podría verse afectada con el tiempo. Imaginaba los días largos y las noches aún más largas, los momentos en que el cansancio sería tan abrumador que apenas podría mantenerse en pie. Pero a pesar de todo, decidió aceptar. La proximidad del centro a su casa fue un factor importante en su decisión, ya que le permitiría ahorrar tiempo y dinero en desplazamientos.

Lamentablemente, desde el momento en que cruzó las puertas del manicomio, sintió como si hubiera sido transportado a una sombría escena de una película de Batman. La primera impresión fue desconcertante. No había nada acogedor en ese lugar; las luces parpadeaban intermitentemente, lanzando sombras inquietantes en las paredes. El suelo, un patrón hipnotizante de baldosas blancas y negras, parecía un tablero de ajedrez interminable, incrementando la sensación de desorientación.

El frío era constante, una helada persistente que se colaba por las grietas de las ventanas y las puertas, haciendo que el ambiente fuera aún más inhóspito. Las cámaras de seguridad, colocadas estratégicamente en cada esquina, eran poco más que elementos decorativos; no estaban encendidas y sólo servían para dar una falsa impresión de vigilancia.

Era un milagro que el lugar siguiera funcionando. En sus veintiséis años de vida, jamás había visto algo tan deprimente y descuidado. Todo allí parecía diseñado para exacerbar la sensación de aislamiento y desesperanza, un reflejo oscuro de un sistema en ruinas.

— Serás asignado para cuidar a Jeon Jungkook, un paciente de veinticuatro años con un historial bastante complicado. Jungkook ha demostrado ser extremadamente problemático; ha tenido múltiples enfrentamientos físicos con todos los cuidadores que lo han atendido anteriormente. Por esta razón, hemos tomado la medida de mantenerlo encadenado, al menos en este primer encuentro contigo, para garantizar tu seguridad. Prepárate, porque es conocido por ser un verdadero pelmazo, y no será una tarea fácil. — Dijo una mujer algo robusta que tenía un desagradable aroma a cigarrillo. Era más baja que Jimin, mucho más baja, y no parecía ser del tipo amigable.

Ambos avanzaron por los angostos y sombríos pasillos del manicomio, cada paso se oía en el silencio opresivo del lugar. La habitación de Jungkook estaba marcada con el número 264. Jimin, mientras seguía la numeración con la mirada, se sintió abrumado por una sensación de vértigo. Al llegar frente a la puerta que llevaba el número 264, sus piernas comenzaron a temblar de forma involuntaria.

— Hasta aquí llego yo, no quiero tener nada que ver con ese imbécil. — La mujer escupió al suelo y abrió la puerta, dándole un empujón a Jimin para que entrara sin demoras.

Lo primero que Jimin notó al entrar en la habitación fue a Jungkook, sentado en una vieja cama que apenas estaba cubierta por una manta raída. La penumbra hacía que todo se viera aún más lúgubre. Las cadenas en las manos de Jungkook brillaban débilmente a la luz tenue, y Jimin sintió un nudo en el estómago al ver la expresión de resignación en el rostro de aquel paciente. La visión de Jungkook encadenado le parecía no sólo innecesaria sino también profundamente inhumana. Jimin no podía entender cómo alguien podría justificar tal trato.

Sonrió de manera delicada, dando un pequeño salto cuando la mujer cerró la puerta de golpe, dejándolo encerrado junto a Jungkook. Aunque el encierro podría parecer incómodo, no era lo que le preocupaba en ese momento; lo que realmente importaba era ganarse a Jungkook. Por eso, mantuvo una sonrisa suave, mientras sus ojos, tan hermosos como los de una sirena, se suavizaron. En situaciones como esa, sabía que su apariencia amable y afable podía ser su mejor aliada.

— Hola, hola, soy tu nuevo cuidador. — Jimin tenía una voz suave y dulce, no tenía que fingir para actuar más amable —. Me llamo Jimin.

Jungkook permanecía en silencio absoluto, sin emitir ni una sola palabra, su cabeza inclinada hacia abajo en un gesto de abatimiento. Su cabello negro y enmarañado caía desordenadamente sobre su rostro, ocultando las marcas de batalla que lo cubrían: cicatrices profundas y manchas de sangre seca. En ese momento, resultaba casi imposible discernir si aún respiraba, hasta que Jimin, observando con atención, notó el leve ascenso y descenso de su pecho. Ni siquiera un mínimo reconocimiento del saludo de Jimin escapó de sus labios, aunque levantó la mirada lo suficiente como para clavar sus ojos en él. Jungkook lo estudió en un silencio tenso, evaluándolo minuciosamente. Estaban tan cerca uno del otro que Jimin podía jurar sentir el aura de peligro que emanaba de Jungkook.

IMAGINARIUM 狂気 KOOKMINDonde viven las historias. Descúbrelo ahora