31. Luz del Alba

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—Pensé que necesitabais un poco de fiesta por aquí, belleza.

Delare sonrió por primera vez desde que le conociera a Bararn, quién estaba apoyado en el quicio de la puerta, al distinguir la bota que colgaba de su brazo. El ladrón se la lanzó guiñándole un ojo, mientras tomaba asiento junto a ella, en su cama, dónde aún se encontraba convaleciente. Se aproximó todo lo que su instinto le dijo que era seguro a la Krimar, y la sonrió seductoramente. La mujer se recostó mejor, y soltó en el suelo la piel que contenía nieve semi derretida. Aún se encontraba algo mareada, pero la perspectiva de un poco de alcohol la animó al instante.

—Solo por esto, perdonaré tu insolencia esta noche —le hizo saber ella dándole un buen trago. Se limpió con el dorso de la mano las gotas que se deslizaron por su barbilla— ¿Sered se ha quedado?

Él afirmó, perdido en la contemplación de su rostro, y se acercó mucho más a la mujer. Con una mano intentó acariciarle allí donde la marca de las Yuki-Onna era más evidente, un verdugón azulado que empezaba en su frente y cogía todo el lateral derecho de su cabeza, pero ella se la apartó con un gesto de hastío. Bararn no se amilanó y soltó una risotada.

—Y yo que esperaba conocernos mejor ahora que por fin estamos solos. ¿Qué tal está el viejo?

—Sobrevivirá —afirmó ella, pegando otro trago, mientras miraba al semielfo con otros ojos. Había tenido tiempo para pensar en la soledad de la habitación. El mestizo se había quedado sin armas para protegerla, según lo que le había contado Sered. El idiota había incluso lanzado su espada, con lo que le había dejado indefenso ante el siguiente ataque. Todas las puyas y las camorras del camino no habían importado para él a la hora de protegerla contra los monstruos, y comenzaba a entender qué veía Sered en él. Estefal podía ser un mestizo, pero tenía orgullo y lealtad. De alguna manera, sentía que le debía la vida. Aunque fuera un insufrible hombre altivo y prepotente, malhumorado y taciturno.

—Es duro de roer. Y yo que creía haberme librado de él —Se apoyó contra la pared, a la altura de la cama— ¿Y qué te parece la casa de mi familia? Providencial ¿verdad?

—No está mal para la familia de un puto Chakrais desertor —escupió ella gruñendo, mientras le pegaba un trago a la bebida. Se sentía de mal humor de nuevo.

—Cuidado con lo que dices, preciosa —avisó Bararn con la voz endurecida—. Esta es mi familia después de todo, la única que me queda. De mi podéis decir lo que queráis, pero estoy orgulloso de esta gente. Los Ipkianos son unas grandes personas, tienen honor intrínsecamente unido a su gente y sus tradiciones. Además ¿qué crees que pasaría si les contara lo mal que me habéis tratado estos últimos días?

—No creas que no me he dado cuenta de que nos guiabas de cabeza a este lugar —espetó ella— ¿Qué hubiera pasado si llegan a ver que te teníamos prisionero?

Bararn se encogió de hombros, pero mantuvo la sonrisa inocente. Delare negó con la cabeza, sacudiendo sus salvajes rizos pelirrojos. Aunque no lo admitiera, se sintió sorprendida de que un hombre desagradable como Bararn pudiera sentir un lazo familiar tan fuerte. Le recordaba un poco a sus propios sentimientos por Jenizze, a la que consideraba su madre a pesar de no ser la biológica. Esperaba que la dirigente Krimar entendiera las razones de su marcha. No se había despedido de ella, no creyó poder hacerlo después de haberla reencontrado. Tenía también fuertes sentimientos por la gran familia que eran las Krimar, sus hermanas en la batalla. Era el mismo sentimiento que había tenido por Arisa, su hija, antes de que las malditas fiebres se la llevaran. Sintió un dolor agudo en el corazón, a pesar de que ya habían pasado varios años. Todala tristeza y eldolor que padeció en Barsor no había sido nada comparado con el sufrido el día en que la pequeña niña murió entre tremendas alucinaciones, abrazada fuertemente por su madre en un intento baldío por mantenerla atada a la vida. Tenía que pensar en otra cosa.

La Marca de los DiosesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora