Capítulo 4: Padre y Madre

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—¡Maldita mujer! ¡Nunca has servido para nada! ¡LÁRGATE! —Una figura se alzaba sobre otra más pequeña. Las sombras se removían frenéticas en la pared frente al umbral de la puerta. Sonaron golpes y objetos chocando contra el suelo. Platos, sillas, tazas, todo. El padre de Rox daba una de sus rutinarias palizas a su madre.

—¡Déjala en paz! —gritó Rox desde la puerta de la cocina de su antiguo hogar, una pequeña granja a las afueras de Noreland. El hombre se volvió bruscamente hacia ella. Saltó y la sujetó con fuerza por los hombros, golpeándola una y otra vez contra el suelo.

La madre de Rox no estaba consciente, por lo que la pequeña tuvo que soportar todos y cada uno de los golpes.

—Eres igual que tu madre—susurró el hombre, con la cara empapada de sudor, el aliento podrido de ron barato. Como todas las noches.

» No dejaré que ustedes hagan lo que quieran. Nunca las dejaré ir. Nunca. Nunca. ¡NUNCA! Ustedes me pertenecen. ¡ME PERTENECEN!

Rox despertó, jadeando. Estaba a las afueras de la prefectura Kingsley. No recordaba nada antes de...

—El helicóptero...

Rox se incorporó como pudo. Tenía todo el cuerpo dolorido. Tendría algunas fracturas al volver. Paseó la mirada por la ciudad. Todo era humo y fuego. Edificios destruidos, y un helicóptero estrellado en mitad de la calle.

—Dios...—susurró—No puedo creer esto, se suponía que ellos venían a rescatarme, y murieron todos. ¿Por qué siempre yo...?

Sintió ganas de vomitar al percibir ligeramente el olor a pelo quemado, logró contener las ganas en un primer momento, pero al desviar la mirada posó sus húmedos ojos en los cadáveres humeantes recostados uno al lado de otro a unos pocos metros del helicóptero, totalmente destrozado.

Rox vomitó. Profiriendo quejidos mientras buscaba oxígeno con desespero.

—Al fin despertaste—Rápidamente la muchacha se giró y se encontró con el hombre que la había salvado antes. Sentado, apoyando la espalda en la pared derruida de un edificio, con sus dos espadas a su lado, esperando a ser empuñadas y seguir matando.

»No deberías moverte mucho, apenas pude cerrar la herida que tenías en el brazo.

Rox se volvió y descubrió que era verdad.

—Usted tampoco debería moverse demasiado, tiene un aspecto incluso peor que el mío.

Rox se arrepintió totalmente de decir eso último a un comandante. Y más al Cid. Estaba muerta.

Pero sorprendentemente, el hombre solo gruñó, dando a entender que estaba de acuerdo con ella. Sentado allí, con la respiración entrecortada y la sangre manchando su cuerpo, Rox no vio a una bestia temible como todo el mundo describía a Bale. En su lugar, vio a un niño asustado.

—Si, tienes razón — El hombre se puso en pie, trastabillando. Tenía la frente manchada de sangre, con un corte producido por un arma poco convencional. Tenía múltiples golpes que asomaban por los sectores donde su ropa había sido destruida.

«¿Quién podría hacerle eso a un comandante?» Pensó Rox. Se fijó en los guantes que portaba el hombre. Apenas los distinguió cuando sostuvo sus armas y las guardo en su funda, a la espalda. Los guantes parecían formar parte de su piel misma. Una extensión de su cuerpo en lugar de una prenda común. ¿Por qué usar algo así?

—Ya deberían haber enviado a alguien a buscarnos.

Y en efecto, solo pasaron unos pocos segundos cuando avistaron una unidad de vehículos aproximándose. Llegaron con Bale y Rox en cuestión de minutos.

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