Capítulo 2: El Ángel de la Muerte

2 0 0
                                    

Bale descartó su escudo, aprovechando que los soldados enemigos recargaban sus armas.

Se esperaría que un comandante fuese armado con un rifle propio, de la mejor calidad y con la última tecnología, pero este no era el caso de Bale, quien sentía un gran odio hacia esos instrumentos. Tenía muy en su interior una gran cicatriz provocada por los mismos objetos que los mataron a Ellos.

La confusión era palpable en la cara de los soldados, que recargaban nerviosamente sus armas. Bale se ató el cabello en una cola de caballo por detrás de la nuca, y desató de su espalda un nudo que contenía dos piezas de Fralium, el metal más pesado y resistente conocido. Sostuvo las dos piezas por un mango de palmo y medio de longitud cada uno, y las alzó, dejando ver dos espadas de un metro de largo.

Bale infundió ambos sables en fuego, dejando ver su forma. Dos espadas con una leve curvatura, con picos a ambos lados que le daban un aspecto más temerario. Las hojas eran robustas, con cicatrices de muchas batallas libradas, con el peso de muchas vidas tomadas, con la experiencia de cientos de comandantes, y la edad de un joven que apenas debería ser Cabo en su escuadrón.

Bale entrelazó sus brazos, llevando el mango de las espadas a la altura de cada hombro, de forma paralela, echo hacia atrás su pierna derecha y afincó la izquierda para generar un punto de apoyo fuerte. El fuego iluminó sus ojos, que pasaron a tener la forma de una pequeña llamarada de color rojo intenso.

Sus espadas absorbieron el elemento y brillaron de un color rojo opaco, calentándose a una temperatura que cercenaría un miembro con tan solo tocarlo. Los soldados apuntaron, y dispararon, pero fue demasiado tarde.

Bale se alzaba sobre la última de las diez camionetas que habían enviado para matar a la niña que escapó hacía pocos minutos. Yacían cadáveres quemados en sectores donde una hoja metálica los había cortado sin mayores dificultades. El rostro de Bale tenía algunas manchas de sangre, pero ninguna herida. Enfocó su mirada en el fuerte de la ciudad, donde seguramente estarían los misiles que amenazaban con destruir Noreland.

Mientras recuperaba el aliento, detrás de las murallas que respaldaban el cuartel enemigo comenzó a subir una intensa y extraña luz que se alzó y atravesó la ciudad en pocos segundos, de pronto todo alrededor de Bale se volvió oscuro, silencio absoluto por una décima de segundo, y después...

Una explosión sacudió el ambiente y Bale se volvió, provenía del lugar donde había ordenado a Lek aterrizar y recoger a la muchacha que había conseguido salir con vida de todo esto. Bale, guiado por el ansia de matar no le dio importancia a esa explosión, y avanzó hacia el fuerte.

Su velocidad era extrema, podía recorrer kilómetros en tan solo minutos. Solo él sabía cómo lo hacía.

Subió a la azotea de un edificio que estaba justo enfrente del Cuartel General del enemigo. Los faros buscaban como locos un rastro de vida, y lo encontraron cuando enfocaron a Bale.

Dieron la voz de alarma rápidamente. En cuestión de segundos miles de hombres inundaban el terreno dentro de las murallas del cuartel, que se alzaba como una montaña sobre la ciudad, con cientos de torretas apuntándolo.

Bale observó tratando de encontrar una debilidad para atacar y destruirlos a todos, para limpiar su conciencia por todos los muertos con los que cargaba, para aligerar el peso de sus errores cometidos simplemente por su arrogancia y egoísmo. Era egoísta nada menos que con la vida de cientos de sus propios soldados.

Sobre el tejado del edificio central del cuartel, Bale vio una figura que le pareció conocida. Rápidamente la recordó de quien se trataba y desde cincuenta metros de distancia pudo ver como un hombre, no, mejor dicho: un monstruo, le sonreía.

Portador del FuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora