1

2.4K 162 10
                                    


El sol de la tarde brillaba con fuerza sobre el paddock, llenando el ambiente con una mezcla de anticipación y nerviosismo característicos de un fin de semana de Gran Premio. George y yo estábamos juntos, una pequeña burbuja de tranquilidad en medio del caos del circuito.

 Llevábamos meses intentando tener un bebé, sometiéndonos a tratamientos agotadores que no solo drenaban nuestras energías, sino también nuestra esperanza. Hoy me sentía particularmente agotada, con el peso de la frustración acumulada presionando sobre mis hombros.George me miró con esos ojos azules llenos de preocupación y amor. Se acercó y tomó mis manos, su toque siempre reconfortante.

—Mi amor, iré al motorhome a revisar unos detalles. ¿Necesitas algo de allí? —preguntó, su voz suave y atenta.

Sacudí la cabeza y sonreí débilmente.

—No, mi amor. Estoy bien. Ve tranquilo.

George me dio un beso en la frente antes de salir, dejándome sola con mis pensamientos. Cerré los ojos por un momento, tratando de encontrar un poco de paz en medio de todo. Pero mis pensamientos fueron interrumpidos por una voz familiar.

—¡Hola, Ale! —dijo Carlos Sainz, apareciendo en la entrada de la carpa. Su sonrisa era contagiosa, y no pude evitar sonreír también.

—Hola, Carlos —respondí, intentando sonar más animada de lo que me sentía.Carlos se acercó y se sentó a mi lado.

—¿Cómo estás? Pareces un poco cansada.Suspiré y asentí.

—Sí, es todo este proceso... Es más difícil de lo que pensé.

Carlos me miró con comprensión.

—Lo sé, Ale. Pero eres fuerte. Más fuerte de lo que crees.

No pude evitar reírme ligeramente. Carlos siempre tenía esa habilidad de hacerme sentir mejor, incluso en mis peores días.

—Gracias, Carlos. Tus palabras siempre me levantan el ánimo.

—Para eso están los amigos, ¿no? —dijo, guiñándome un ojo. Luego, su expresión se volvió un poco más seria—. Ale, quiero que sepas que siempre estaré aquí para ti, para lo que necesites.

Su mirada era intensa, y aunque sabía que Carlos tenía sentimientos por mí, apreciaba su apoyo y amistad más que nada.

—Lo sé, Carlos. Gracias por estar aquí.

Carlos sonrió y empezó a contarme una historia divertida de uno de los entrenamientos. Me reí genuinamente por primera vez en días, sintiendo un ligero alivio en mi pecho. Sabía que no sentía lo mismo por él, pero su compañía me recordaba que había personas que se preocupaban por mí.

El tiempo pasó volando, y antes de darme cuenta, George estaba de vuelta. Me miró con una sonrisa al verme reír.

—¿Qué me he perdido? —preguntó, entrando en la carpa.

—Nada importante, solo historias de Carlos —respondí, sonriendo.

Carlos se levantó y le dio una palmada a George en la espalda.

—Solo estaba asegurándome de que Ale estuviera bien. Nos vemos luego.

George asintió y le agradeció antes de volver su atención hacia mí.

—Me alegra verte sonreír, amor.

Le di un abrazo, sintiéndome un poco más ligera.—Gracias, George. Creo que necesitaba eso.

Mientras me aferraba a George, sentí una chispa de esperanza renacer en mi interior. Con él a mi lado y amigos como Carlos, sabía que, de alguna manera, superaríamos esto juntos.



(..............)

La noche había caído, y la fiesta en el paddock estaba en pleno apogeo. George había conseguido la pole position, y todos estaban celebrando su logro. La música retumbaba, las luces brillaban y el champán fluía libremente. George, siempre el alma de la fiesta, estaba en el centro del bullicio, riendo y bailando con sus compañeros de equipo.

Yo, sin embargo, me sentía fuera de lugar. Sentada en un rincón, revisaba mi móvil, fingiendo estar ocupada mientras observaba a George desde la distancia. Él estaba completamente inmerso en la celebración, olvidándose de mi presencia. Sus risas y su entusiasmo eran contagiosos, pero yo me sentía agotada y sola.

De repente, sentí una presencia a mi lado. Levanté la vista y vi a Carlos, con una sonrisa juguetona en el rostro.

—¿No te estás divirtiendo, Ale? —preguntó, inclinándose hacia mí.

—Solo estoy un poco cansada —respondí, forzando una sonrisa—. George está disfrutando mucho, ¿verdad?

—Sí, se lo merece —dijo Carlos, pero su mirada se desvió hacia mí, y su tono cambió—. Pero creo que tú también mereces divertirte.

—Estoy bien, Carlos. Solo necesito un poco de descanso.

Carlos no se dio por vencido. Se acercó más, su voz bajó a un susurro.

—Sabes, Ale, siempre he admirado lo fuerte que eres. Y lo hermosa también.

Sentí un escalofrío recorrerme. Carlos era un buen amigo, pero sus palabras eran diferentes esta vez. Había una intensidad en su mirada que me hizo estremecerme.

—Carlos... —empecé a decir, pero él me interrumpió.

—Ale, he estado pensando en ti mucho últimamente. No puedo evitarlo. —Su mano rozó la mía, enviando una corriente de electricidad por mi piel—. Me vuelves loco.

Me levanté rápidamente, sintiéndome abrumada.

—Necesito ir al baño.

Caminé apresuradamente, intentando procesar lo que acababa de pasar. Carlos siempre había sido encantador, pero esto era diferente. Llegué al baño y me apoyé contra la puerta, tratando de calmar mi respiración.No había pasado ni un minuto cuando la puerta se abrió y Carlos entró detrás de mí, cerrándola con un clic que resonó en la pequeña habitación.

—Carlos, no deberías estar aquí —dije, mi voz temblando.

Él se acercó, acorralándome contra la pared. Pude sentir el calor de su cuerpo, y el aire entre nosotros parecía cargado de tensión.

—No puedo dejar de pensar en ti, Ale. —Su voz era baja y ronca, llena de deseo—. Necesito saber si sientes lo mismo.

Antes de que pudiera responder, sus labios se estrellaron contra los míos. El beso fue intenso, hambriento, y todo en mí respondió a él. Mis manos se enredaron en su cabello, mientras sus manos exploraban mi cuerpo con urgencia.

Carlos me levantó y me sentó en el lavabo, su cuerpo presionando contra el mío. Sus manos se movieron bajo mi ropa, desnudándome con una habilidad que me dejó sin aliento. Mi mente estaba en blanco, perdida en la sensación de sus caricias y besos.

—Carlos... —jadeé, intentando recuperar el aliento—. No podemos...

—Lo quiero, Ale. Te quiero. —Su voz era una mezcla de pasión y desesperación.

Antes de que pudiera decir algo más, sus dedos se deslizaron entre mis piernas, encontrando mi punto más sensible. Un gemido escapó de mis labios mientras mi cuerpo se arqueaba contra él. Carlos se arrodilló, besando y lamiendo mi piel mientras sus dedos continuaban su asalto. La sensación era abrumadora, y pronto me encontré al borde del éxtasis.

Cuando finalmente me derrumbé, Carlos se levantó y se desnudó rápidamente. Nos miramos por un momento, y en sus ojos vi el mismo deseo que sentía arder en mi interior.

—Te necesito, Ale —murmuró, su voz ronca.

Lo siguiente fue un torbellino de pasión. Carlos me levantó de nuevo, sosteniéndome contra la pared mientras se hundía en mí con un gemido profundo. Mi cuerpo respondió de inmediato, moviéndose al ritmo de sus embestidas. El placer era intenso, cada movimiento nos acercaba más a la liberación.Nuestros cuerpos se movían al unísono, un baile frenético de deseo y necesidad. Los gemidos y jadeos llenaban el pequeño espacio, y pronto ambos alcanzamos el clímax juntos, nuestros cuerpos temblando de placer.Cuando finalmente recuperamos el aliento, Carlos me abrazó con fuerza, sus labios rozando mi cuello.

—No me arrepiento de nada, Ale —susurró.

Yo tampoco me arrepentía, pero sabía que esto complicaría todo. Mientras nos vestíamos en silencio, una mezcla de culpa y satisfacción se arremolinaba en mi interior. Habíamos cruzado una línea, y no había vuelta atrás.

Salí del baño, todavía temblando por lo que acababa de suceder. Mis pensamientos eran un torbellino, pero no tenía tiempo para procesarlos. La música seguía retumbando y la fiesta continuaba como si nada hubiera pasado. George estaba cerca del bar, riendo y celebrando con sus compañeros. Cuando me vio, su rostro se iluminó y se acercó rápidamente.

—¡Ale! —exclamó, tomándome de la cintura con una mirada llena de deseo—. Pediré un auto, quiero cogerte.

Su tono directo y la intensidad en sus ojos me tomaron por sorpresa. Asentí en silencio, incapaz de encontrar las palabras adecuadas. George sacó su teléfono y llamó a un chofer para que nos llevara al hotel. Mientras esperábamos, su mano permanecía en mi cintura, apretando ligeramente, una señal de la pasión que claramente estaba sintiendo.

El viaje en auto fue un borrón. George y yo nos sentamos en silencio, la atmósfera cargada de tensión. Mi mente seguía en el baño con Carlos, reviviendo cada toque, cada susurro. Me sentía dividida entre la culpa y el deseo, pero no había tiempo para analizar mis sentimientos.

Al llegar al hotel, George prácticamente me arrastró hasta nuestra habitación. Cerró la puerta detrás de nosotros con un movimiento brusco y me empujó contra la pared, sus labios encontrando los míos con una ferocidad que me dejó sin aliento. Sus manos recorrían mi cuerpo con urgencia, desnudándome rápidamente.

—Te necesito, Ale —murmuró entre besos, su voz ronca por el deseo.

Sentí sus manos fuertes en mis caderas mientras me levantaba y me llevaba a la cama. Me tumbó con un movimiento decidido, desabrochándose los pantalones con rapidez. Mis pensamientos seguían nublados, pero mi cuerpo respondía automáticamente a sus caricias. George me penetró con fuerza, su ritmo rudo y frenético. Sus embestidas eran profundas, cada una llevándome más cerca del borde.

—Eres tan jodidamente hermosa —gruñó, sus manos apretando mis pechos con fuerza.

Traté de concentrarme en él, en nosotros, pero mi mente seguía volviendo a Carlos. La culpa se mezclaba con el placer, creando una confusión de emociones que no podía controlar. George estaba perdido en su propia pasión, sus gemidos y jadeos llenaban la habitación.Sus movimientos se volvieron más rápidos y más intensos, y sentí su clímax acercándose. Cerré los ojos, tratando de dejarme llevar por el momento, pero mis pensamientos seguían alejados. George llegó con un gemido profundo, su cuerpo tensándose contra el mío. Se desplomó sobre mí, respirando pesadamente.

—Te amo, Ale —murmuró, besándome suavemente.

—Yo también te amo —respondí, mi voz apenas un susurro.

Mientras George se relajaba a mi lado, una ola de culpa me envolvió. Sabía que lo que había sucedido con Carlos complicaría todo. Pero en ese momento, no podía cambiar nada. Solo podía enfrentar las consecuencias y esperar que, de alguna manera, pudiéramos encontrar una manera de seguir adelante.

UN MES DESPUES


Un mes había pasado desde aquella noche en la que todo cambió. George y yo habíamos continuado con nuestras rutinas, pero la culpa seguía pesando sobre mí. No había hablado con Carlos desde entonces, evitando cualquier situación que pudiera recordarme lo que había sucedido. George, por su parte, no parecía notar nada fuera de lo común, y por eso, nuestra relación continuaba con normalidad.

Sin embargo, en los últimos días, mi cuerpo había empezado a traicionarme. Náuseas matutinas y mareos constantes me tenían preocupada, pero me negaba a enfrentar la posibilidad de estar embarazada. No podía permitirme pensar en eso.Estábamos en el jet privado, en camino a otra carrera, cuando el mareo me golpeó de nuevo. Corrí al baño, apenas llegando a tiempo para vomitar. Me sentía débil y exhausta, y el sonido de las voces fuera del baño me hizo temblar.

—¿Ya hicieron la prueba? Tal vez está embarazada —la voz de Max Verstappen, mi hermano, resonó claramente.

—Le dije, pero no quiere. Dice que no —respondió George, su tono lleno de preocupación.

Me enjuagué la boca y me miré en el espejo, tratando de reunir el coraje para enfrentar a ambos. Salí del baño, encontrándolos a ambos mirándome con expresiones de preocupación.

—No estoy embarazada —dije firmemente, aunque mi voz sonaba más débil de lo que esperaba.

Max se acercó, poniendo una mano en mi hombro.

—Hermanita, llevas así días. Es mejor que te hagas una prueba.

Suspiré, sabiendo que tenía razón. No podía seguir ignorando los síntomas. Sentí la presión de sus miradas y finalmente asentí.

—Está bien, haré una prueba cuando aterricemos.George me abrazó suavemente.

—Solo queremos asegurarnos de que estés bien, Ale.

Sentí una punzada de culpa en mi corazón. George era tan cariñoso y preocupado, y yo estaba ocultando algo tan grande. Max también me miraba con una mezcla de preocupación y afecto fraternal.

El resto del vuelo fue un silencio tenso. Mis pensamientos giraban en torno a las posibles consecuencias de un embarazo. ¿Sería de George? ¿O de Carlos? La incertidumbre me estaba matando.

Al aterrizar, nos dirigimos directamente al hotel. George insistió en acompañarme a la farmacia más cercana, y aunque me sentía incómoda, sabía que era lo mejor. Compré una prueba de embarazo y volvimos a la habitación.

—¿Quieres que te acompañe? —preguntó George, su tono suave.Negué con la cabeza.

—Prefiero hacerlo sola.

Entré al baño con la prueba en la mano, sintiéndome más nerviosa que nunca. Realicé la prueba y esperé, mi corazón latiendo con fuerza. Los minutos parecieron horas, y finalmente, miré el resultado.

Salí del baño, encontrándome con George y Max esperando ansiosamente.

—¿Y? —preguntó George, su voz llena de expectación.

Tragué saliva, sintiendo el peso de las palabras que estaba a punto de decir.

—Estoy... embarazada.

La reacción fue inmediata. George me abrazó con fuerza, su alegría palpable.

—¡Vamos a ser padres! —exclamó, su voz llena de emoción.

Max también sonrió, aunque su expresión mostraba una mezcla de preocupación y felicidad.

—Felicidades, hermanita.

Mientras los dos hombres celebraban, yo me sentía atrapada en una tormenta de emociones. La alegría de George, la preocupación de Max, y mi propia confusión sobre quién era realmente el padre. La verdad se cernía sobre nosotros como una sombra, y sabía que eventualmente tendría que enfrentarla. Pero por ahora, intenté centrarme en el momento y en la nueva vida que estaba creciendo dentro de mí.

Ella es mi hija - Carlos sainz-+18Donde viven las historias. Descúbrelo ahora