CAPITULO 3

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Pov Any

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Pov Any.

Las puertas de la mansión se abrieron con un crujido mecánico, revelando un convoy de sombras oscuras. Eran camionetas negras, anchas y amenazadoras, con los vidrios polarizados que ocultaban sus interiores como un velo impenetrable.

 Eran camionetas negras, anchas y amenazadoras, con los vidrios polarizados que ocultaban sus interiores como un velo impenetrable

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El emblema de la hermandad, reluciente y plateado, adornaba cada vehículo, una señal clara de nuestra identidad. Era una armadura móvil, diseñada para resistir cualquier emboscada. Sus líneas rectas y su apariencia robusta transmitían una sensación de seguridad inquebrantable. Era un despliegue de fuerza que nos envolvía en una burbuja de seguridad, listos para enfrentar cualquier amenaza.

Una vez que todo estuvo listo, salimos de la mansión y nos dirigimos al departamento de Eliza. Cuando llegamos, ella ya nos estaba esperando con una maleta en la mano. Subió a la camioneta donde estaba yo y nos pusimos en marcha hacia las afueras de la ciudad.

El potente motor del vehículo retumbaba, pero la tensión me mantenía alerta. El viaje fue tenso. Cada esquina, cada sombra, me ponía en alerta. Sabía que en cualquier momento podíamos ser atacados. Aunque iban varios contando el mío no podía dejar de estar alerta. En este mundo no te puedes confiar. Sabía que no podía permitirme un error, que cualquier descuido podría ser fatal. 

Antes de salir había llamado a Liam y Antonio informándoles la situación, mi voz había sido suave, casi amable, al dar las órdenes. Pero detrás de esa calma se escondía un torrente de emociones oscuras. Estos se pusieron de acuerdo para reunirse en el hospital y una vez estén en la mansión con los tipos me avisaban. Les dije que los pusieran en las celdas que estaban en el sótano pero que no les tocaran un pelo, ya me encargaría yo de jugar con ellos.

Sabía que podían ser brutales si querían, pero les había pedido que se contuvieran. Por ahora, solo quería que los capturaran, que los llevaran hasta mí. Anticipé con deleite el momento en que vería el miedo en sus ojos, la desesperación en sus voces. Las celdas del sótano serían su tumba, un lugar donde podrían reflexionar sobre sus errores. Yo me encargaría de que su agonía fuera lenta y dolorosa. 

Cuando llegamos a la casa de Iker, lo encontramos sentado en el porche. Bajamos de los vehículos y mis hombres se dispersaron estratégicamente, convirtiendo la propiedad en una fortaleza impenetrable.

La Hermandad De Las SombrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora