CAPITULO 6

20 3 0
                                    

Pov Liam

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Pov Liam.

—¡LOS ENCONTRE!— y empezaron a dispararnos.

Sin pensarlo dos veces, Antonio y yo sacamos nuestras armas. Los disparos resonaron en el interior de la bodega mientras tratábamos de abrirnos paso entre los contenedores. Asomé la cabeza por una ventana y mi corazón se detuvo en seco. Un grupo de hombres armados nos esperaba al otro lado, sus rostros endurecidos por la ira. Busqué desesperadamente una salida, pero todas las ventanas y puertas parecían estar bloqueadas.

Entre el humo y el estruendo de los disparos, mis ojos captaron una débil luz que se filtraba por una pequeña abertura. Era una puerta de emergencia. Le hice una seña a Antonio y juntos nos lanzamos hacia ella. Corrimos a través del fuego cruzado, disparando a nuestros perseguidores. Con un último esfuerzo, derribé la reja y salté al exterior con todas mis fuerzas, sintiendo el frío aire en mi rostro. Escuché el golpe de Antonio al caer detrás de mí, pero no me detuve. Seguimos corriendo, cada vez más rápido, hasta perdernos en la maleza.

Con cada latido de mi corazón, sentía el peso de sus pasos acercándose. Las ramas nos azotaban sin piedad, dejando surcos de dolor en nuestra piel. De pronto, la tierra cedió bajo nuestros pies y caímos en un hoyo lleno de espinas. Un grito escapó de mis labios al sentir cómo una de ellas se clavaba en mi brazo. El dolor era agudo, pero no me detuve a lamentarme. Teníamos que seguir adelante.

Eché una mirada rápida a Antonio. Su ropa, negra como la noche, estaba desgarrada en varios puntos, al igual que la mía. No podía distinguir si tenía alguna herida, ya que el color de su vestimenta lo ocultaban. Por un momento, creí que había salido ileso, pero la incertidumbre me carcomía por dentro.

 —¿Estás bien? —le pregunté en un susurro, tratando de no mover ni un músculo.

—Sí, tranquila —respondió con voz baja, su respiración entrecortada. 

Escuchamos unos pasos que se acercaban lentamente, como si nos buscaran con cuidado. Nos quedamos inmóviles, conteniendo la respiración.

—Por aquí deben estar. ¡Busquen bien!— escuchamos una voz masculina, cada vez más cerca. Las espinas nos ocultaban a la perfección. 

Escuchamos atentamente, tratando de captar el más mínimo sonido. Cuando el silencio se adueñó del lugar, Antonio se levantó con cuidado y asomó la cabeza por encima de las espinas. Tras unos instantes, se volvió hacia mí y me hizo una seña negativa con la cabeza.

—No hay nadie —susurró.

Aliviada, me incorporé lentamente y salí del escondite. Antonio, siempre más precavido, me tendió una mano y me ayudó a ponerme de pie. Caminamos con lentitud, nuestros ojos escudriñando cada rincón. Los últimos metros parecieron interminables. Finalmente, vimos el muelle y el coche. 

Estábamos a punto de subirnos cuando un sonido nos hizo quedarnos quietos: pasos rápidos se acercaban. Volteamos y allí estaban, los mismos tipos, corriendo hacia nosotros con la mirada fija. Sin pensarlo dos veces, nos subimos al coche y Antonio arrancó el motor. Los disparos comenzaron a sonar casi al mismo tiempo. El carro se puso en marcha con un chillido ensordecedor mientras nos alejábamos a toda velocidad.

La Hermandad De Las SombrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora