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NARRADOR OMNISCIENTE 📍
Ya al otro día en el pantano, el príncipe seguía durmiendo tranquilamente hasta que sintió que algo impacto contra su cabeza.
—¡Auch!.— Se quejo tocándose la cabeza.
—¡Buenos días Principito! Eh tratado de llamarte mucho tiempo y como no respondías me fui a la segunda opción.— Escucho la voz burlona de la ajolote.
Naveen bufó.
—¿Si? Una avellana.— Rodó los ojos y se levantó.
Al asomarse por el hueco del tronco se encontró con Audrey, quien había armado solita una balsa de madera.
— Los cocodrilos se han ido, es hora de movernos de aquí.— ajusto el último pedazo de madera con una liana, quedando satisfecha por el resultado.
—Iremos a Nueva Orleans de vuelta para deshacer este embrujo en el que nos metiste, idiota.— El ajolote rosa lo señalo acusadoramente.
Fue una tierna imagen para Naveen, quien rio levemente y de un salto cayó en la balsa.
—Pues, yo no soy quien se pasea de aquí para allá con una falsa corona.— Con una ramita y telarañas se hizo una pequeña guitarra, miro burlón a Audrey.
Quien le gruño y se dió vuelta tomando un palo para empezar a remar.
—Musica para remar.— Tocó despreocupadamente su guitarra, irritado a la fémina.
—¿Podrías ayudar siquiera? ¡Tu nos metiste en esto!.— Le recordó molesta.
—¿Ayuda? Bien, tocare más fuerte entonces.— Tocó nuevamente su guitarra.
El ajolote volvió a gruñir y de dió vuelta para regañarlo.
—¿Puedes parar? ¡No vinimos a hacer un musical! ¡Te recuerdo que-.— No pudo terminar de hablar al percatarse de que un cocodrilo estaba mirando fijamente a Naveen.
Se asustó aún más al ver como este se acercaba con la boca abierta, dejando ver sus afilados colmillos.
—¡Cuidado!.— Tomo la mano de Naveen para atraerlo y cubrirlo con su cuerpo.
El príncipe asustado la abrazó temblando.
—¡Oye! ¡Yo conozco esa canción! ¡Dippermouth Blues! ¡Es buenísima!.— Hablo alegremente el cocodrilo para después sacar una trompeta y empezar a tocarla al ritmo de dicha canción.
El sapo al escuchar la melodía soltó a Audrey haciendo que está caiga de cara al suelo al perder el equilibrio.
—Encima que lo protejo...— Se quejo con el rostro todavía en el suelo.
