Capítulo 2

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Candy sintió que se desvanecía en los brazos de Alan cuando él la tomó para besarla, ella jadeo sobre sus labios al sentir sus manos apretándola a su cuerpo. Alan se abría paso dentro de la boca de ella en un beso que no era delicado, pero seguro, en el que la obligaba a abrirla para explorar todos sus rincones. Él apenas mostraba un atisbo de lo que estaba por venir. Después de liberar su boca bajó por el mentón repartiendo besos y pequeñas lamidas por la garganta, Candy necesitó sujetarse de sus hombros con fuerza cuando él la sujetó de los glúteos para levantarla mientras ella envolvía con sus piernas su cintura. Él volvió a sus labios y volvía a poseer su cuello, se sentó de espaldas a la cama y la acomodó sobre sus piernas a horcajadas. Candy pudo sentir su dura erección, y respondió con un profundo jadeo. Desesperada por querer tocarlo desfajó la camisa y metió sus manos por su espalda, flancos y pecho. La piel de Alan era suave, firme, lisa... Su espalda ancha y fuerte, su pecho musculoso y cubierto por un suave vello. Ella quería apretarse a él y sentir su piel.

Alan comprendió está necesidad y comenzó a sacar los botones.

—Hazlo tú —le dijo para que ella terminara la tarea.

Candy pasó sus suaves manos por la tela y deslizó la camisa sacándola por detrás, Alan alzó sus brazos para que también sacara la camisilla interior. Él ahora estaba desnudo de la cintura para arriba y ella pudo admirarlo, tocarlo y sentirlo como deseaba. Acarició suavemente con las manos abiertas, con las yemas de los dedos en pequeñas ondulaciones disfrutando de la suave y tensa piel. Acercó sus labios e inició un recorrido de besos húmedos por los hombros, el nacimiento del cuello, los pectorales... mientras que Alan con los ojos cerrados se perdía en estas caricias. El sabor de la piel y su olor marearon a Candy que obnubilada por el efecto casi narcótico de una sensación hambrienta buscó luego los labios de su hombre para besarlo con plena osadía bebiendo de él tanto como él se lo permitió. El cuerpo de ella se movió primero lento y después con más cadencia sin dejar de besarlo y sin dejar de apretarse a su torso. Una onda urgente se emitía desde su vientre, en su interior húmedo y febril, cuyo único alivio era la entrepierna dura y también febril de Alan rozando y aplacando está onda casi dolorosa.

—Sé lo que deseas —le murmuró él tocando con la punta de la lengua su oreja.

Las manos de Alan se movieron al pecho buscando deshacerse del brassier. Pero ni la pericia de los dedos del excelente cirujano que era le permitieron desatar los lazos de la atrevida prenda. Él rió apenado sobre los labios de ella y las mejillas de Candy ya coloradas se encendieron aún más. Él la miró como un niño que acaba de cometer una travesura y los dos volvieron a reír.

— Yo lo haré —dijo Candy.

Alan hecho hacia atrás su cuerpo para verla mejor, y ella en un acto con el que sólo buscaba comodidad se bajó de las piernas de él quedando parada mirándolo a los ojos mientras sus dedos blancos y delicados desataban la prenda. Sin pretenderlo Candy envolvió a Alan en una escena absolutamente erótica y voluptuosa que provocó un incendio de deseo en el hombre. Los ojos de Alan se llenaron con la imagen de los senos expuestos de Candy, deseo tocarlos, probarlos... perderse en la promesa placentera que guardaban.


Respirando más pesadamente él extendió su mano y la atrajo hacia él de nuevo, volvió a acomodarla en su regazo, Candy se arqueo sosteniéndose de sus fuertes hombros para ofrecerle sus senos. El la miró por un instante perdiéndose en la mirada verde de ella y bajó con lentitud casi torturante por el cuello y el pecho lamiéndola con la punta de la lengua, hasta llegar a uno de los brotes que sobresalía ligeramente de la rosada areola, Candy soltó un jadeo cuando la boca de Alan lo cubrió por completo primero besando, luego chupando y después tirando suavemente con los dientes. Él se dedicó a la exquisita tarea con uno y otro por largos minutos mientras ella retomó el movimiento de su pelvis para frotarse contra él. Ella sintió de pronto el asalto de una de las manos de Alan debajo de su braga y abriéndose paso entre sus pliegues mojados con una delicadeza casi insoportable, los dedos de Alan eran suaves y con la misma suavidad acariciaban desde su entrada tibia y mojada hasta el clítoris. La caricia fue impactante, justo en el punto álgido, allí a dónde más dolía, dando alivio. Candy estaba tan encendida que un toque más la enviaría a la locura.

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