Capítulo 8

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—¡Te ves preciosa! —le dijo Alan mientras extendía su mano hacía ella para que terminara de bajar los últimos escalones de la escalera, luego besó el dorso de su mano

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—¡Te ves preciosa! —le dijo Alan mientras extendía su mano hacía ella para que terminara de bajar los últimos escalones de la escalera, luego besó el dorso de su mano.

Candy lo miró con una sonrisa, Alan no dejaba de halagarla sin importar que ella se viera al espejo y no viera nada extraordinario en el reflejo.

—Es sólo una blusa bonita —aseguró con modestia.

Alan negó con la cabeza y sonrió mirándola dulcemente.

—No es sólo una blusa bonita —se acercó más a ella y volvió a tomar su mano para besarla y se la llevó a la mejilla, mientras que con la otra le acariciaba el rostro. —No creo que pueda dejar de pensar en ti cuando esté en Amiens.

La sola mención de aquella ciudad le ponía a Candy los pelos de punta. Allí a donde se libraba una de las batallas de trincheras más cruentas, permanentemente bombardeada por la artillería y la aviación alemana. Ella había escuchado tantas historias de boca de sus pacientes, algunos de ellos apenas pudieron sobrevivir durante los combates del 17.

—Y yo también estaré pensando en ti.

Se vieron con melancolía anticipada por unos segundos. Luego Alan reaccionó como si hubiese sido picado por una avispa y se apresuró a decir que era hora de partir o llegarían retrasados a la casa de su padre. Un auto los esperaba a las afuera de la casa de campo, Candy subió con algo de inquietud, le causaba mucha curiosidad conocer al Vizconde, y a Stella, y tenía que ser sincera esperaba que las expectativas de Alan no fueran tan altas porque temía decepcionarlo. Alan la miró una vez más, en verdad no podía quitar sus ojos de encima de ella, le acarició la mano y como si pudiera leer su inquietud trató de tranquilizarla.

—Van a amarte tanto como yo te amo...

Ella sólo le sonrió, y el resto del trayecto que no fue muy largo desde el Cottage hasta la casa señorial ella se distrajo mirando por la ventanilla mientras Alan conversaba con el chofer. Pasó poco tiempo para que el apretará su mano y levantara la vista frente a ellos. Candy observó la extensión del parque y la imponente casa señorial.

—Sí, es algo antigua... me imagino que no tiene nada que ver con la modernidad de Chicago.

—Qué dices, es como tu propio palacio de Buckingham.

—No, es para tanto —dijo Alan con naturalidad mientras se preparaba para acomodarse el sombrero, y correr para esperar a Candy al otro lado.

—Pensé que la mansión de los Ardlay era algo extravagante.

—Somos ingleses cariño, no hacemos nada a medias. Bienvenida a Hastings Hall.

Antes de que el mayordomo pudiera siquiera acercarse para recibirlos, una hermosa labrador color beige salió al paso para presentarse antes que cualquier otro miembro de la casa.

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