Capítulo 5

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Sentada en el escritorio del puesto de enfermeras Candy releía la carta que había recibido esa misma mañana. Suspiró profundo y luego sonrió genuinamente feliz por las noticias, Annie estaba embarazada, Archie le contaba con una alegría que traspasaba las palabras escritas en el papel que en unos seis meses ambos serían padres de su primer hijo. Era maravilloso, la mejor noticia que podía haber recibido desde la distancia.

Todos estaban muy bien en el Hogar de Pony, sus madres y los niños habían sido visitados por los Cornwell, Albert y Georges recientemente a propósito de un viaje a Lakewood. Archie le relataba algunas anécdotas sobre este viaje, y ella volvió a sonreír al imaginarse a todos sus seres más amados reunidos tomando el almuerzo, conversando y riendo abrazados por el calor de la chimenea en el gran salón. Su entrañable colina de Pony, el padre árbol y todo el valle estarían cubiertos de blanco, bajo la nieve. Extrañaba sin medidas a su amado hogar.

En un gesto para tomar pluma y papel para escribir de inmediato una respuesta a su querido primo, sus ojos se fijaron en los dedos vacíos de su mano izquierda, la sujetó con la mano libre y acarició estos dedos con el pulgar, prestó especial atención a su dedo anular, allí a donde había estado el anillo de compromiso que Terry le dio la mañana siguiente al estreno de Romeo y Julieta. Cerró los ojos y comprendió que había muchos más vacíos en su vida, uno incluso más doloroso que la propia separación. Ella podría tener a un hijo en sus brazos en ese momento, un hogar propio, un esposo infinitamente amado. Estuvo a punto de llorar, pero la puerta se abrió de pronto y contuvo las lágrimas como pudo. Era Cayetana que entraba cargada de papeles. Candy supo disimular muy bien limpiándose los ojos antes de que la española pusiera su mirada sobre ella. Pero su rostro expresaba demasiado y sus ojos normalmente brillantes y llenos de vida, estaban ahora nublados por la nostalgia. Luego de sentarse frente a ella dejando la pila de papeles sobre el escritorio, la vio y no tardó en hablar

—¿Ay niña qué cara es esa? —Cayetana se fijó que había una carta sobre la mesa. —¿Malas noticias? —dijo después fijándose en esta.

—No, no... de hecho hay estupendas noticias y todos en casa están bien. Annie mi hermana de crianza, y mi primo Archie tendrán un bebé.

—Ah que alivio —dijo Cayetana llevándose la mano al pecho. Volvió a fijar su mirada en ella y cambió su tono. —Querida debes extrañarlos. Pero sé que no es sólo eso lo que te tiene nostálgica, algo te ocurre, aunque no quieras contármelo, sé que algo te atormenta estos días. ¿Qué te pasa cariño? —dijo Cayetana tomando la mano de Candy entre las suyas.

Las lágrimas que Candy luchó por detener se desbordaron de sus ojos. La española reaccionó conmovida.

—Ay cariño qué ocurre por Dios, cuéntaselo a tu Cayetana que es una tumba, ¿pasó algo con Anderson?

—No, no es Alan, de hecho, es lo único que está bien en mi vida ahora.

La puerta se abrió de nuevo en ese instante y entró una de las enfermeras auxiliares, una chica inglesa.

—Enfermera Ardlay, tiene una llamada en la oficina general de enfermería.

Candy saludó a Edith y luego giró su mirada a Cayetana, no solía recibir llamadas de nadie, entonces pensó que sin lugar a dudas debía tratarse de Alan.

—Iré en seguida —dijo con una sonrisa al tiempo que sacaba un pañuelo del bolsillo de su uniforme para limpiarse el rostro. Tomó un poco de agua de un vaso que tenía sobre el escritorio y se levantó para salir de la pequeña habitación enseguida. Cayetana asintió con la mirada y la vio alejarse.

Caminó a prisa por el corredor, saludando a algunos de los pacientes y compañeras que vio en el trayecto, trató de anular sus pensamientos con todos esos sentimientos confusos que había despertado la llegada de Terry a la ciudad, ella había tomado la decisión de seguir adelante. La mañana anterior ella después de la reunión de rutina con todas las enfermeras se acercó a la jefa Stracia para pedirle algunos días de descanso para hacer ese viaje con Alan. Stracia no dudó en otorgarle todos los días de descanso que ella no había tomado en meses y con aquella licencia se preparó para salir esa misma tarde a Sussex con el doctor Anderson, en el tren que partía desde King's Cross a las 6:30 de la tarde. Alejarse de Londres, al menos tres días para respirar otros aires, para disfrutar de la compañía del hombre que la amaba y al que ella se estaba empeñando también en amar... vivir... seguir adelante, no sólo sobrevivir.

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