6. Cuidado

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El volumen de la televisión era elevado. Los dibujos animados sobre perros que le encantaban a Chiara sonaban en todas las estancias posibles que tuviera el piso en que vivía. La pequeña estaba sentada en el suelo, frente a la pequeña mesa central color marrón que Martin había comprado poco después de que ambos se mudaran allí. Unos cuántos folios esparcidos, ceras y pinturas de colores, algo de purpurina...

Una vez más Chiara estaba dejando fluir su amor por el arte, algo que sin duda había adquirido gracias a su padre.

El progenitor le echaba breves vistazos a Kiki, comprobando que todo estuviera en orden. El teléfono móvil que tenía entre manos volvió a vibrar, robándose toda su atención.

definitivamente tienes un gusto pésimo para nombres de niños

El menor se centró en el mensaje que le acababa de enviar Juanjo. Después de su último encuentro en casa del vasco todo en su relación cambió. Aunque no lo habían hablado ambos querían poco a poco, pero eso no les impedía mensajearse de vez en cuando, dedicarse miradas cargadas de significado o sonreír cada vez que se tenían enfrente.

El ceño del menor se frunció al leer el mensaje, sintiéndose un poco ofendido ante lo que había dicho el maño. Le duró poco siendo sinceros, una sonrisa de suficiencia adornó sus labios y se dispuso a contestarle.

seguro que te encantaron todos los nombres que te dije, pero eres tan orgulloso que jamás lo admitirías

¿Que por qué estaban hablando de posibles nombres para futuros hijos? Ninguno de los dos sabría cómo contestar aquella pregunta, porque ninguno sabía cómo habían pasado de hablar sobre unos dibujos animados que ambos odiaban pero fingían amar por la presencia de niños pequeños en su entorno a hablar sobre nombres que les hubiera gustado poner a sus hijos.

Pero con el aragonés todo era así, espontáneo, fácil, cómodo... bonito. Martin no pudo evitar sonreír ante aquel pensamiento, y es que con la presencia de Juanjo en su vida todo parecía haber adquirido una nueva paleta de colores. Todo lo vivía el doble, con el doble de intensidad y con una felicidad abrumadora.

-¡Aita!- escuchó cuando sus sentidos volvieron a conectarse con la realidad.

La respiración se le quedó atascada en la garganta. ¿Su móvil? El progenitor no sabría responder a eso, quizás perdido entre los cojines del sofá beige en el que se encontraba. Sus ojos abiertos solo podían observar a Kiki, quién acababa de pronunciar una palabra que hizo que su corazón latiera a toda velocidad.

-¡Por fin me haces caso, jo!- lloriqueó la pequeña cruzándose de brazos.

-¿Cómo me has llamado?- preguntó en su lugar el mayor, todavía incrédulo.

La sonrisa de la niña dejó atrás la momentánea rabieta que pudiera experimentar al no tener la atención de su padre puesta en ella. Sus mejillas algo sonrojadas que la hicieron más adorable a ojos de Martin.

-Me lo enseñó tía Rus, es "Papá" en eukera.- afirmó orgullosa y sonriente.

Una sonrisa idéntica a la de su hija se hizo paso en las facciones del progenitor. Acercó a su hija hacia sí, llenándole la cara de besos y caricias, haciéndola reír alocadamente. Si le preguntaran a Martin, aquello era música para sus oídos.

-Se dice euskera, cariño.- le corrigió con mimo el mayor.

-Pues eso, eukera.- volvió a decir la niña.

El vasco rió enternecido ante la repetida equivocación de su hija. Chiara se abrazó a él, queriendo sentir el cariño de su padre otra vez.

-¿Te gusta que te llame así?- preguntó tímida la niña sobre la piel del cuello de su padre.

Entre nervios y coloresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora