5. Casa

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Martin estaba terminando de cerrar la pequeña mochila que guardaba todas las cosas que su hija iba a necesitar aquella noche cuando volvió a escuchar los pasos acelerados de esta misma.

Su falda azul y su camiseta amarilla estaban algo arrugadas, debido seguramente a las volteretas que Chiara había hecho sobre el sofá para intentar no aburrirse en lo que su padre terminaba su tarea. Martin sonrió tiernamente al ver a su niña así y la atrajó hacia sí para comenzar a quitar las pequeñas arrugas de su ropa.

-¡Venga papi! Voy a llegar la última a casa de Violeta.- lloriqueó la niña, haciendo un puchero muy similar a los que hacía el vasco involuntariamente.

Una risa nasal inundó la estancia y tras revisar una última vez que su hija lo llevará todo, ambos abandonaron el piso en el que vivían para dirigirse al coche del progenitor. Martin tecleó la dirección que había mandado la madre de Violeta por el grupo de WhatsApp que había creado con motivo del séptimo cumpleaños de su hija.

-¿Estás nerviosa, Kiki?- cuestionó el mayor mirando por el retrovisor del coche la figura de su hija.

No sabía a quién iba dirigida realmente aquella pregunta, porque a pesar de no querer reconocerlo, él también estaba muy nervioso. Era la primera vez que Chiara iba a dormir fuera de casa, lejos de él. Eso hacía que Martin se sintiera bastante inquieto por el simple hecho de que algo pudiera pasarle a su niña y no se enterara el primero.

-¡Quiero llegar ya papi! Seguro que Violeta ha hecho una fiesta de pijamas súper guay.- contestó la pelinegra entusiasmada.

Una pequeña sonrisa nació en los labios del vasco, queriendo guardar y almacenar en su mente aquella ilusión que desprendía la pequeña. Quería que su hija siempre estuviera así de feliz, y prometió que mientras él viviera así iba a ser.

Pocos minutos después las manos de padre e hija ya estaban entrelazadas y ambos caminaban juntos hacia la entrada de la casa de la pelirroja. Chiara llevaba colgada en la espalda su mochila verde, haciéndola ver más pequeña de lo que era.

Martin llamó al timbre y unos pocos segundos después la madre de Violeta se dejó ver detrás de la puerta. Les dedicó una sonrisa a ambos, agachándose para quedar a la altura de la morena.

-¡Hola Chiara! Violeta ya empezaba a preguntar por ti, está dentro esperándote junto a Salma y Carlos.

Los grandes orbes verdes de la niña se posaron en su padre, emocionada a más no poder por pasar su primera noche a solas con sus amigos. Esta vez fue Martin quién se agachó a la altura de su pequeña para poder despedirse.

-Pásalo muy bien, cariño.- dijo el vasco tiernamente acariciando la espalda de su hija por debajo de la mochila.

-¡Sí! Adiós papi, mañana nos vemos.

La pelinegra se lanzó a los brazos de su padre, queriendo envolverlo en un abrazo a pesar de que sus cortos brazos no alcanzaban a envolver el cuello de su padre. Martin simplemente rió bajito y estrechó más a su hija contra él.

Podía parecer dramático, pero quería envolverse en el olor de su pequeña para no echarla tanto de menos hasta mañana por la mañana.

Unos cuántos abrazos y besos después, Chiara entró corriendo dentro de la casa de su mejor amiga chillando algo sobre unos unicornios de colores que hizo reír a ambos progenitores. El vasco, tras intercambiar un par de frases con la madre de Violeta volvió al coche, y se dejó caer algo abatido sobre el asiento del piloto.

Le quedaba toda la noche por delante, apenas eran las ocho de la tarde y sin su hija no sabía cómo entretenerse hasta que fuera hora de dormir. Ruslana estaba con su novio por lo que obviamente no podía recurrir a ella como siempre hacía.

Entre nervios y coloresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora