Capítulo 27

176 20 9
                                    

→ C A M I L A ←

El ruido de un celular me despierta, arrugo el ceño y la nariz, intento abrir los ojos y a penas si me muevo cuando un dolor insoportable aparece en mis sienes. Mierda...

Intento moverme, pero aparte del dolor, hay otra cosa que me lo impide: unos brazos. Unos jodidos (y musculosos) brazos de hombre. El color abandona mi cara y aparto esos tentáculos de mi cintura, ruedo sobre la cama hasta casi caerme y mi cabeza protesta.

—¿Qué cara...? —No termino la oración porque reconozco ese rostro y casi se me sale el corazón por la boca—. ¡Carajo! —chillo y él se despierta de un salto.

—¿Qué? ¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Por qué? —balbucea mientras abre los ojos y se endereza en la cama.

—¡¿Qué mierda haces en mi casa, imbécil?! —espeto y casi... casi... se me cae la baba cuando detallo que no trae camisa—. ¡Y encima desnudo! ¡¿Intentaste abusar de mí, idiota?!

Al fin parece reaccionar y se despierta de todo ante mis reclamos.

—¿Qué? ¡Por supuesto que no! —refuta.

—¡¿Entonces?!

—¡Tú me la quitaste!

—¡¿Yo?! ¡No digas sandeces!

—¡Solo mírate y mira en dónde estamos! —espeta.

Bajo la mirada hacia mi propio cuerpo y encuentro que sigo usando el mismo vestido de ayer... ¿Eh? Analizo el espacio y caigo en cuenta de que este no es mi departamento, yo... ¿Qué pasó ayer?

Miro la cama y noto que las sábanas están algo fuera de lugar, pero no tanto como para pensar que él y yo... No, díganme que no, por favor.

—¿Cómo llegaste...? ¿Cómo yo...?

—No hicimos nada —aclara—, si es lo que te preocupa.

Un suspiro de alivio abandona mis labios hasta que recuerdo algunas cosas: salí a beber luego de pelear con mi familia y de encontrarme a Yakov besuqueándose con Anton, fui a un bar, a un restaurante y a un hotel para pasar la noche, quise pagar en efectivo y no me dejaron, entonces... ¿Qué sucedió después?

Mierda, me llevo una mano a la sien y David se levanta de la cama tras atar los cordones de sus zapatos.

La espalda sigue expuesta y mis ojos, aunque no deberían, le dan un rápido análisis a esos músculos. Toma una camisa del suelo y mete los brazos en las mangas mientras se gira hacia mí.

—¿Entonces cómo terminamos... aquí? —Señalo la cama.

David sonríe burlista y se abrocha la camisa frente a mí, intento no bajar la vista hacia su tatuaje y me mantengo firme, pero el dolor de cabeza amenaza con partirme el cráneo en dos.

—Sabía que no ibas a recordar nada —suspira—. Lástima..., la pasamos bien. —Me guiña un ojo y se gira hacia el sofá que está a unos metros de la cama.

—¡Acabas de decir que no hicimos nada!

—¿Y te dije a qué me refería?

El chico de las metas locasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora