Recuerdos de un Comienzo

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Las luces de la ciudad parpadeaban a través de la ventana, creando sombras danzantes en la habitación de Adeline. Sentada en el borde de su cama, con la guitarra en mano, intentaba tocar una melodía suave que flotaba en el aire, pero las notas se desvanecían, incapaces de captar la esencia de lo que realmente sentía. En el fondo, sabía que nada podía expresar la falta que le hacía Hazel.

Era una noche como muchas otras, pero esta era diferente. El silencio la rodeaba, y cada pequeño sonido parecía amplificarse en su mente. El tic-tac del reloj resonaba en la penumbra, marcando el paso del tiempo de una manera que se sentía cruel y desgarradora. ¿Cuánto tiempo había pasado desde que su mundo dejó de girar en torno a la risa y los abrazos de Hazel? La ausencia de su risa llenaba la habitación de un eco desgarrador.

Adeline cerró los ojos y dejó que su mente viajara atrás en el tiempo, al día en que todo comenzó. Era un día nublado en su escuela secundaria, el tipo de día que prometía lluvia, pero que se convirtió en el más brillante de su vida. Se encontraban en una clase de arte, donde los colores vibrantes se mezclaban en el lienzo, pero para Adeline, todo palidecía en comparación con la presencia de Hazel.

Hazel era diferente. Su risa era contagiosa y su energía, casi eléctrica. Adeline recordaba cómo, en medio de la lección, Hazel había hecho un comentario ingenioso que había provocado risas entre los compañeros. Desde ese instante, una conexión instantánea brotó entre ellas. Los días siguientes se llenaron de charlas, confidencias y un vínculo que crecía como una planta recién regada.

Era en esos momentos compartidos donde Adeline comenzó a darse cuenta de que sus sentimientos por Hazel eran más profundos de lo que había imaginado. Las horas que pasaban juntas se deslizaban como arena entre los dedos, llenas de secretos y sueños compartidos. Se sentaban en los bancos del parque, sus manos rozándose accidentalmente, y en cada roce, un fuego interno comenzaba a arder en el corazón de Adeline. Esa sensación era nueva, desconcertante y, al mismo tiempo, maravillosa.

La primavera llegó y con ella, la época de los picnics. Adeline recordaba el día en que decidieron tener uno en el parque. Llevaban una manta vieja y una cesta llena de bocados que habían preparado juntas. Rieron, compartieron historias y miraron las nubes pasar, imaginando formas en el cielo. En medio de esas risas, Adeline se sintió más viva que nunca. Fue en ese día, bajo el cálido sol, donde sus labios se encontraron por primera vez. Fue un beso tímido, lleno de dudas, pero también de una promesa de algo hermoso.

El mundo parecía detenerse en ese instante. Adeline podía sentir su corazón latiendo desbocado, y, al separarse, miró a Hazel, buscando respuestas en sus ojos. La sonrisa de Hazel iluminaba su rostro, y en ese momento, Adeline supo que había dado el paso correcto. Con cada beso, cada abrazo y cada palabra susurrada, su amor creció. Se sentía como si hubiera encontrado su lugar en el universo.

Con el paso del tiempo, su relación se fortaleció, llenándose de momentos felices. Las noches pasadas hablando hasta que el amanecer llegaba, los días explorando juntos la ciudad, y las pequeñas aventuras que parecían tan grandes cuando estaban juntas. Sin embargo, a medida que se acercaba el último año de secundaria, Adeline notó algo en Hazel. Un cambio sutil, casi imperceptible, como una sombra que se alargaba al caer la tarde.

Adeline se preocupaba. ¿Sería normal? ¿Tal vez la presión de graduarse? Hazel había mencionado una universidad en otra ciudad, y esa idea comenzó a rondar la mente de Adeline como un eco lejano, un temor que se negaba a desvanecerse. Con cada sonrisa de Hazel, Adeline sentía una mezcla de felicidad y pánico. ¿Qué pasaría si la perdía?

Una noche, mientras estaban acostadas en el sofá de la sala de estar de Adeline, viendo una película romántica, la tensión en el aire era palpable. Adeline no pudo contener más sus sentimientos. “¿Qué pasará después de la graduación?” preguntó, tratando de sonar despreocupada.

Hazel la miró, sus ojos reflejaban una mezcla de emociones. “No lo sé, Adeline. No quiero pensar en eso ahora”, respondió, pero su tono tenía un matiz de tristeza que la inquietó.

Esa conversación se convirtió en un punto de inflexión, un momento en el que el futuro parecía volverse incierto. La risa se volvió más escasa y las miradas cómplices se transformaron en silencios incómodos. Adeline no quería creer que el amor que habían construido se estaba desmoronando. Pero la realidad es que cada día, cada instante que pasaba, se sentía como si el tiempo les estuviera robando lo que más querían.

Una tarde, después de clases, se encontraron en su lugar favorito en el parque, donde solían soñar juntas. Adeline sintió un nudo en el estómago. Cuando Hazel se sentó a su lado, la atmósfera estaba cargada de palabras no dichas. Finalmente, la verdad salió a la superficie. “Adeline, creo que necesito un tiempo para pensar. No sé si puedo seguir así”, dijo Hazel, y cada palabra fue como un puñetazo en el pecho de Adeline.

La confusión y el dolor inundaron su mente. “¿Por qué? ¿Te he hecho algo? ¿No te amo lo suficiente?” El miedo y la vulnerabilidad en su voz fueron evidentes, pero Hazel simplemente negó con la cabeza, con lágrimas asomándose en sus ojos.

“No es eso. Es que… ya no me siento igual”, susurró Hazel, como si cada palabra le costara un esfuerzo monumental. En ese momento, Adeline sintió que el suelo se desvanecía bajo sus pies. La certeza de que la relación que habían construido estaba en peligro se convirtió en una pesadilla tangible.

Esa tarde, la brisa suave que solía acariciar sus rostros se tornó fría y distante. La luz del sol parecía desvanecerse lentamente, como si el mundo mismo estuviera de luto por lo que estaban perdiendo. Adeline se dio cuenta de que estaba perdiendo a la persona que más amaba, y la idea era desgarradora.

Con el paso de los días, la distancia se hizo más evidente. Los mensajes de texto se volvieron escasos, las llamadas más cortas y las sonrisas se desvanecieron. Adeline se aferraba a los recuerdos de su amor, mientras la tristeza la consumía lentamente. La habitación que una vez había estado llena de risas ahora era un santuario de soledad.

Esa noche, mientras la canción "The Night We Met" resonaba en su mente, Adeline dejó caer la guitarra y se dejó llevar por las lágrimas. Las notas de la canción evocaban recuerdos de su amor, como fantasmas de momentos felices que la perseguían. Se sintió atrapada en un ciclo de nostalgia, recordando cada risa compartida, cada abrazo reconfortante y cada mirada que hablaba de promesas que ahora parecían vacías.

A medida que se deslizaba en un sueño intranquilo, Adeline sabía que lo que había perdido era irreversible. La huella de Hazel aún permanecía en su corazón, pero ahora era una marca de dolor. El amor que una vez las unió ahora se convertía en un eco, un recuerdo que, aunque hermoso, era a la vez una carga que la acompañaría.

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