Barbatos

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Desde que la tierra no era más que un cúmulo de estrellas revueltas, pedazos de cielo desarmados en un rompecabezas y un soplo de viento que recorría su totalidad.

El creador de los mundos se interesó en ese inhóspito lugar, dos chasquidos de sus dedos y todo tomó forma.

Creó a los dioses durante siglos, todos y cada uno distintos entre sí y junto a ellos la leyes del mundo al que llamaron Teyvat.

El creador de los cielos observó una pequeña brisa que corría libre por el mundo, parecía detenerse e interesarse por las creaciones de los dioses y aquellos que llamaron humanos, aquel soplo de viento fue atrapado por las manos del creador y llevado antes los los ojos de las diosas, Aria, Sonnet y Canon, ellas le dieron una forma y un nombre.

Cabellos oscuros, cortos y rizados que en sus puntas brillaban de azul celeste, ojos brillantes como dos planetas verdes, tez pálida y nariz estilizada, un dios, el más hermoso de todas sus creaciones, Barbatos.

Le dieron el poder del viento, ma capacidad para crear seres semejantes a él para difundir por el mundo la existencia de los dioses sobre las vidas humanas.

Como todos los dioses, Barbatos poseía el poder de cambiar su forma a voluntad, convertirse en un dios o una diosa, de cabellos cortos o largos, de mirada escarlata, azulada o esmeralda.

Todo un dios con la potestad sobre la nación de los vientos, Monstadt, otorgando libertad a todo aquel que le rezara.

Pero junto a su nombre y poder le entregaron las reglas, las condiciones de ser un dios.

La primera de todas era la ley universal, la que estaba creada para todos los dioses sin excepción alguna.

Nunca involucrar el amor, ni los deseos absurdos que vuelven débiles a los dioses, jamás tendría el derecho de amar a un ser semejante, fuese humano o espíritu, tampoco otro dios.

La segunda, jamás descender al mundo humano ni mezclarse con ellos, un dios no debía usar su forma humana para participar en ningún tipo de acto humano.

La tercera era la libertad, ninguna creación podría quedarse por siempre en el mundo humano, aún cuando cambiaran sus formas un día deberían volver a su inicio, al soplo de viento de donde fueron creados, llevar consigo la flor que los marcaba como seres incompletos, era una regla especial para el dios del viento y la libertad.

Creado para representar la inexistencia de los yugos mortales, de las cadenas del sentimentalismo, de los lazos carnales, la nula necesidad del compromiso y la efimeridad de la vida del mundo prisionero.

Pero Barbatos nunca hizo lo que se le ordenó, cambió sus formas infinidad de veces, descendió al mundo humano vistiéndose como ellos, bebió y bailó con ellos, disfrutó de todos los placeres que alcanzó a conocer, siempre libre, siempre sin ataduras a su piel.

Hasta que un día conoció a Morax, el dios de los contratos y la riqueza, tan distinto a él, libertad y cárcel, desenfreno y razón.

Era él, usaba el cuerpo que Celestia le entregó, un cuerpo masculino, delicado y adornado de lunares, pero Barbatos se negó a presentarse ante Morax con esa forma y la convirtió en una delicada diosa, sus alas blancas hacían juego con las pequeñas telas que cubrían sus pechos y caderas, su cabello negro se deslizaba sin atadura por los bordes de sus mejillas.

Así la conoció Morax, el antiguo dragón que llevaba milenios recorriendo la tierra nunca la había visto.

Sentado bajo el árbol eterno de levantaviento descansaba de su viaje por las tierras del viento, una dulce voz que cantaba captó su atención, era Barbatos, era la diosa.

She, He, Venti..Donde viven las historias. Descúbrelo ahora