1. Caso abierto

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A las cinco y media de la mañana, el móvil vibraba sobre la mesita de noche iluminando el techo de su habitación con el nombre de Luz en la pantalla. Apenas había dormido dos horas porque terminaba de cerrar un caso bastante costoso y por el que tuvo que hacer papeleo hasta la madrugada, pero Marta de la Reina estaba más que acostumbrada a eso, sabía a la perfección que el crimen no entendía de horas y menos en medio del tremendo caos diario en el que se sumergía la capital.

Tras atender la llamada y guardar la dirección donde se encontraba la nueva víctima, Marta se vistió rápidamente con unos pantalones de vestir rectos de color marrón, una blusa negra y unas botas; se preparó un café en un termo con la intención de que compensara las pocas horas de sueño y de que pudiera mantener la temperatura de su cuerpo aunque fuera mínimamente caliente y así luchar contra los 8ºC grados con los que otoño le dio la bienvenida en cuanto salió del patio, pero ni el abrigo ni el café consiguieron combatir al frío hasta que encendió la calefacción del coche.

En otras situaciones a Marta le encantaba escuchar música mientras conducía, era como un momento de relajación, de liberación en un lugar seguro, pero siempre que se dirigía al escenario de un crimen, llegaba allí completamente en silencio. Era su forma de mostrarle su respeto a la víctima con la que estaba a punto de encontrarse.

Media hora después de la llamada que había empezado el día, Marta salía de su coche en la calle de las Aguas. Era una calle más bien pequeña, pero estaba abarrotada de coches de la policía científica, cuyas luces adornaban los rostros de los más curiosos asomados a las ventanas.

Marta entró al patio número ocho y subió por las escaleras hasta el segundo piso. La puerta del apartamento estaba medio abierta para que los trabajadores pudieran entrar y salir con facilidad y al mismo tiempo para que los vecinos no pudiesen ver lo que ocurría dentro.

Allí la médica forense, Luz Borrell, se encontraba arrodillada en el suelo de la cocina, inspeccionando de cerca a la mujer que yacía tumbada sobre las baldosas.

—Luz, ¿qué tenemos? —preguntó Marta tras saludar, agachándose a su altura mientras se colocaba los guantes.

—Alicia Fernández, 26 años. Presenta señales de forcejeo en las muñecas y los brazos —dijo mostrando cada hematoma a la inspectora.

—¿Causa de la muerte?

—No estoy segura de si fue el golpe en la cabeza —dijo mostrando la sangre del suelo, justo debajo de la cabeza—, o estas dos heridas de apuñalamiento justo a la altura del hígado.

—¿Podrías saber hora de la muerte?

—Por el color de las heridas y hematomas diría que entre las dos y las tres de la mañana, pero te lo podré confirmar con la autopsia.

—Gracias —agradeció levantándose y dirigiéndose hacia Carmen Recas y Claudia Díez, las mejores e inseparables subinspectoras de la brigada.

—Subinspectoras —saludó Marta.

—¿Has podido dormir algo? —le preguntó Carmen.

—Poco. ¿Vosotras? Cuando me fui continuabais haciendo papeleo.

—Para cuando salimos de la comisaría estábamos recibiendo la llamada para venir aquí, así que 0 horas de sueño —contó Claudia.

—Bueno, a ver si resolvemos el caso rápido y así sus familiares tendrán respuestas y nosotras descanso — suspiró la inspectora—. ¿Sabéis algo de la víctima?

—Sí —contestó Carmen sacando un iPad donde había guardado la información—. Es estudiante de tercero de Medicina en la Complutense y alquilaba este piso desde hace tres meses, es decir, desde septiembre.

Casos por resolver - Mafin AUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora