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—¿Te ha entregado ya Vázquez tu nueva arma y placa? —preguntó Marta, que salía del despacho de Vázquez acompañada de Fina.

—Sí —afirmó Fina, apartando un poco su chupa y mostrando el cinturón de donde colgaban tanto su arma como su placa—, todo listo.

—Genial, ¿te parece si te enseño la comisaría y luego te pongo al día con el caso?

—Perfecto —dijo colocando los brazos en su espalda, dispuesta a seguir a su nueva inspectora.

—Ven por aquí —le indicó, llevándola por el pasillo que se encontraba junto al despacho de la comisaria—. Bien, estas son las salas de interrogatorios. Contamos con dos de ellas y sus respectivas salas de observación.

Marta abrió la puerta de una de ellas para que Fina viera cómo eran. El parqué que reposaba sobre el suelo de toda la comisaría se acababa justo en el umbral de la puerta, dando paso a unas frías baldosas de mármol, dispuestas en forma de tablero de ajedrez, pero con colores grisáceos claros y oscuros. Las paredes estaban pintadas de un color neutro y sin nada más en ellas, a excepción de las dos cámaras de las esquinas y un interfono para comunicarse con la habitación contigua. Esto lo que conseguía era crear una sensación de aislamiento, para que el sospechoso no se sienta cómodo y hable antes. La habitación quedaba iluminada por dos plafones cuadrados de luz fría situados justo encima de la mesa de madera colocada en el centro, abrazada por dos sillas de plástico negro a un lado y una sola silla de plástico gris anclada al suelo al otro lado, lo suficientemente separada de la mesa como para que la persona interrogada no pudiese apoyar los codos en ella y así, de nuevo, crear incomodidad. En la pared frente a esta silla se encontraba el mítico espejo unidireccional, para observar a los sospechosos sin que ellos lo sepan. Por último, la habitación tras el espejo contaba con otro interfono y sistemas de grabación.

Lo cierto es que las salas de interrogatorios no solían cambiar mucho de comisaría a comisaría, pero para Fina aquel lugar tenía algo diferente, le hacía sentir algo en la boca del estómago y entraba con ilusión a cada habitación. Tras alejarse de aquel horrible comisario, sentía que su carrera podría avanzar y quizá incluso seguir investigando el caso de...

—Esto es el calabozo —continuó Marta, sacando a Fina de sus pensamientos—. Pequeño, oscuro, rejas... No tiene mucho misterio.

—¡Zorra! —gritó un hombre que reposaba sobre las barras de una de las celdas.

—Que tengas un buen día tú también, José —le respondió Marta guiñándole un ojo.

—¿Y ese? —preguntó Fina ya fuera del calabozo y siguiendo a Marta a la próxima sala.

—Nos lo encontramos todas las mañanas borracho en la puerta de la comisaría pegando gritos. Le retenemos aquí hasta que se le baja al alcohol a los pies y, mientras tanto, me regala esas palabras tan bonitas —dijo girándose antes de abrir la siguiente puerta, viendo como Fina se reía ante sus palabras.

"Bonita sonrisa", pensó Marta.

—Esto es la sala de visionado —continuó, mostrándole una sala con dos ordenadores, dos pantallas grandes y varias sillas alrededor de una mesa—. Aquí se revisan cientos de veces las grabaciones de cámaras de seguridad que nos ayudan con los casos.

—Uhum —asintió Fina observándolo todo.

—Esta es la sala de descanso —dijo abriendo la habitación que se encontraba justo al lado.

Esta contaba con un sofá de tela marrón, una pequeña mesa de centro de madera, una nevera, un microondas, una pila, una máquina de café y una mesa para comer con cuatro sillas.

Casos por resolver - Mafin AUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora