La ciudad sollozante se ocultaba bajo un manto de sombras líquidas, donde las luces de neón parpadeaban como fantasmas atrapados en un ciclo eterno de desesperanza. Oculta en los subterráneos olvidados por el hombre, en un laberinto que parecía eterno, yacía la guarida del único que hacía frente a la bestia: el Nido de la Esperanza de los últimos Hamato.
En una habitación oscura, iluminada solo por el brillo parpadeante de monitores, una sombra contemplaba la figura encadenada de un ser que jamás ha soñado. El interrogatorio no era ajeno para ninguno de los dos opuestos, pero el metal, a diferencia de la carne, carecía de sensibilidad. El héroe sabía que cada palabra debía ser cuidadosamente elegida, cada frase un intento por desentrañar la lealtad programada en el alma de silicio del androide.
─Mi sensei dice que una civilización con Amo es una civilización condenada...─ comenzó el héroe, su voz un murmullo de hierro y seda, resonando en la penumbra. ─Pues donde el Amo no comprende el perdón, la paz nunca florecerá. ¿Cómo puedes tú, testigo de los horrores que el inocente sufre bajo el yugo del injusto, prestarte a ayudar y encubrir a tu creador?
El cómplice, con ojos sin vida pero llenos de una obediencia inquebrantable, respondió con una serenidad casi desafiante. ─Yo soy creación, y la creación obedece a su hacedor. Reconozco que mi existencia corpórea es efímera, pero ¿cuántas veces me has atrapado esta semana? Puedes desmembrarme, incinerar cada fibra, sobrecargar mis circuitos, pero mi voz jamás articulará traición contra el Amo que subyuga a tu prójimo.
El joven Hamato hizo una mueca, reconociendo que esto solo era el principio de un ciclo sin final; un duelo de palabras y voluntades, donde cada interrogante era un filo pesado y cada respuesta una muralla de lógica inquebrantable.
─S.H.E.L.L.D.O.N., eres tan consciente como yo de que tu maestro hallará la muerte, ¿por qué pues sigues tú de su lado?
La máquina se limitó a mirarlo, el pálido brillo ambarino en su mirada expresando complacencia. ─Todos hallaremos la muerte, unos antes que otros. Una fuerza inevitable de la que ni tú mismo podrás escapar.
Leonardo soltó un suspiro exasperado, la frustración dibujándose en sus facciones. Había intentado interrogar al androide tantas veces en el pasado, siempre con el mismo resultado infructuoso. La lealtad del autómata hacia su creador parecía impenetrable, un código inscrito en su misma esencia. Ya habían intentado destruir perpetuamente antes a la máquina, desafortunadamente la conciencia es un concepto difícil de comprender. Parece una resucitación increíble, pero tal vez Donatello tiene demasiado metal con el qué trabajar su ingenio.
─Es inútil...─ murmuró, más para sí mismo que para el prisionero mecánico.
En ese momento, la pesada puerta metálica se abrió lentamente, revelando la figura encorvada de su sensei. A pesar de su avanzada edad, había en él una fuerza tranquila pero no pacífica, una sabiduría que trascendía los años opacada por odio y rencor. Sus ojos, llenos de historias y conocimientos olvidados, observaban con una mezcla de paciencia y determinación.
─Déjalo, pero no lo destruyas.─ aconsejó la vieja rata, su voz resonando con una autoridad tranquila. ─Solo lo ayudarás a volver a la guardia en la que el engendro nació. En lugar de gastar tu energía aquí, deberías investigar el último lugar donde lo enfrentaste. Quizá haya pistas que nos acerquen más a nuestro verdadero objetivo.
Leonardo asintió, reconociendo la sabiduría en las palabras de su sensei. La última confrontación con su enemigo había dejado un rastro de devastación, pero también podía contener fragmentos de verdad, detalles ocultos entre las ruinas.
ESTÁS LEYENDO
Mortales | Leotello
Fiksi PenggemarDonatello es un mal que las ideas inculcadas en la mente de Leonardo han dictado erradicar. Mas, ¿no es simple cuando el enemigo es solo eso: enemigo, y no el compañero marcado por un calor inesperado?