🩹CP:17: desubicado

88 12 3
                                    

P.O.V KITTY.

El espejo delante de mi mostraba los evidentes moretones en mi cuerpo y unos cuantos rasguños en mis piernas. No lo suficientemente graves para necesitar asistencia, ni tampoco tan sutiles como para no sentir dolor.

Suspiré para acercarme, terminando de notar una pequeña cortada en mi pómulo, apenas sangrando y la cual quite de un manotazo. Tome aire para tranquilizarme y no recordarme a mi misma, hace unos años luciendo igual que ahora, Como una sucia ladrona, llena de golpes y que necesitaba humillarse a punta de coqueteos y engaños para comer.

Que asco, Kitty. ¿Quien diría que te volverías tan popular por estos lares, solo por rodar encantos y robar con un porte tan sensual? Maldita sea.

¿Pero que? El robo de hoy había Sido un éxito. La gran Kitty patitas suaves jamás fallaba un movimiento ni perdía, aunque aveces eso no significaba salir de el todo ilesa y menos cuando me tocaba rodar por un techado lleno de vidrios y clavos. Cómo me había sucedido en esta ocasión.

-claro..- murmuré en voz baja con algo de ironía. Lave las heridas en el lavamanos de el  pequeño baño que poseia el motel en el que me alojaba. Me propuse a vendar la que se veia solo un poco más grave, en mi brazo.

Termine por guardar los vendajes y sentarme en el borde de la cama y pensar un poco las estúpidas estrategias que pasaban por mi cabeza.

Suspiré.

Debía salir de ahí, estaba segura que no soportaría ni una semana más en san Ricardo. En ese Maldito pueblo desdichado y deprimente, que solamente me hacía sacar ese tonto lado sentimental.

La casa de gato no era una opción. Que se quede con esa jodida casa, no me interesa. Pensó resolver todo de una manera tan estúpida, pero me cansé. Vete a la mierda, gato.

A la mierda.

-¡Ya basta niños! ¡Alto!- las voces de la habitación de al lado lograban colarse por las delgadas paredes. Dónde solo se escuchaba una señora, regañando a los que parecían ser unos pequeños diablillos.

Los saltos en la cama también se oian, los resortes viejos no podían ocultarlo y menos en tan poca distancia que tenían las habitaciones. -¡Disculpe el ruido! ¡No es nuestra intención!- se oyó otro grito, refieriendose a mi y pequeñas risas de los niños, de fondo.

No pude evitar sonreír de lado ante eso. Sintiendo un poco de ilusión y a la misma vez percibir tanta melancolía, con esos simples sonidos. Porque después de todo supongo que me agradaban los niños. Pero el echo de recordar que pude haber tenido a un pequeñito yo corriendo por todos lados, riendo o practicando golpes o esgrima, como solía decir gato aveces, me ponía sumamente mal.

Tomé aire. Estaba segura que si algún día lograba ser madre, no metería en esos asuntos a mis pequeños. Ellos jamás conocerían el lado negro. Ni el robar, ni el huir, ni el hambre. Al carajo el legado, al carajo esa vida, yo era el monstruo hundido en eso, ellos no debían pagarlo.

-creo que después de todo, no estuvo tan mal, lo que pasó, seguramente esos pequeños no hubieran tenido una vida digna...- murmure cayendo en cuanta y aceptando con dolor aquel recuerdo. Mientras guardaba el dinero que había ganado de manera sucia, hace unas horas.

Cerré mi bolso con todo dentro, mientras los crujidos de la ventana llamaban mi atención. Lamentablemente no podía darme el lujo de pagar habitaciones con algo más de espacio y menos en lugares reconocidos.

Ni siquiera era por la falta de dinero, eso últimamente me sobraba. Pero mi nombre era intocable en San Ricardo, las sumas de dinero que ofrecían por mi cabeza, era gigantes y no podía mostrarme mucho por las calles, como si nada.

Quédate, Botas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora