DONDE SE QUEMAN LOS LOBOS

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Para conseguir paz, se va a la guerra y se va a la guerra cuando se necesita paz. Es un círculo perfecto para alguien como Morthu, del tipo que tiñe sus manos de color carmín. El color de la realidad.

Le encanta ese color porque tiene la capacidad extraordinaria de cambiar su humor como nada en este mundo. Lo hace feliz si es la sangre de su enemigo, y entra en cólera cuando es la sangre de un cazador. Con los humanos pasa algo diferente, por ellos no siente felicidad o rabia. Es algo muy parecido a la pena, lo mismo que sentiría por un perro atropellado a la mitad de la calle.

Algo muy distinto a la compasión que Kai siente y que, según él, es el sentimiento correcto, pero no puede evitarlo. Los humanos son tan diminutos y al mismo tiempo tan problemáticos como las hormigas que, en un principio, no parecen hacer gran cosa, pero allí van, poco a poco lo hacen todo más grande. Familia, población, el agujero en la capa de ozono, su dolor de cabeza cada vez que entran en guerra. Poquito a poquito, como las hormiguitas.

¿Por qué los defiende entonces?

Porque es el lado correcto y él siempre está del lado correcto. Lo recuerda ahora, mientras observa como el rebelde frente a él, devora con energía el estómago de un desafortunado humano que seguro no era consciente del mundo en el que vivía. La criatura tampoco es consciente de su presencia y justo por eso, Morthu se siente como la parca, estudiándolo con mucha atención antes de arrastrarlo al infierno.

—Parece que lo estás disfrutando.

Al escucharlo, el rebelde levanta la cabeza sorprendido.

Morthu y el rebelde se miran a los ojos durante una pequeña eternidad. El tiempo que le toma a la criatura asimilar que morirá irremediablemente. El mismo tiempo que le toma al líder recuperar la compostura después de las náuseas que le provocó verlo. Morthu arquea una ceja y esboza una sonrisa.

—¿Estaba bueno? —La criatura responde su pregunta sonriendo cínicamente, es como si Morthu pudiera leer un «si» en su rostro—. Me alegro, porque te voy a sacar el relleno a golpes.

Al escucharlo, su expresión cambia. El rebelde se aferra a la tierra con las dos manos, y arquea la espalda como un gato. Es la posición que alguien de su clase adopta para atacar.

Ahora es Morthu quien sonríe, porque justo cuando la criatura se abalanza sobre él, un cazador le cruza la cara con una patada. Su sonrisa se hace más grande después de escuchar los huesos de su cuello, crujir.

—Mira que venir a comer en mi territorio... Será imbécil —escupe el líder.

Una hora antes, Morthu estaba en sus instalaciones, consumiendo su cerebro a través de la conciencia de los últimos sucesos en la facción de Kai, hasta que el aroma a viseras inundó el aire. En cuestión de segundos estaba entre los arbustos, viendo como la criatura se daba un festín. Le hubiera cortado la cabeza en ese mismo instante, si no fuera porque el humano ya estaba muerto.

En lugar de matarlo decidió observar, porque hacerlo le permitía recordar por qué era quien era y por qué hacía lo que hacía. El líder se teletransportó a la época donde la muerte era el lenguaje universal. Caminó como un zombi, completamente en trance hasta acuclillarse frente al rebelde que parecía tener toda su concentración en la comida. Así estuvo hasta que el hedor lo hizo regresar de nuevo a la realidad, y con ella, ese sentimiento insulso de pena.

Ahora, el líder camina hasta colocarse frente al cadáver humano y lo observa con detenimiento. No puede saber quién es solo con mirarlo, pero si puede adivinar dónde estuvo antes de morir. Comida rancia y algún perro muerto. Barro y moho, aquí y allá. El aroma de una mujer joven. Incluso puede imaginar cómo se estaba divirtiendo antes de ser atrapado in fraganti por el rebelde.

Rey de los muertosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora