Clara siempre había sido una extraña entre los dos mundos a los que pertenecía. Nunca se había sentido completamente hada ni completamente humana, simplemente existía entre estos dos lugares, en ninguno de los cuales se sentía bienvenida. Las hadas la miraban como si no fuera lo suficientemente interesante o mágica como ellas, mientras que los humanos ni siquiera sabían de su existencia; solo la veían como una rareza, como si no encajara.
Así se sentía ella, una persona que luchaba por caber en ese pequeño hueco que alguien tiene a un lado. Solo quería que alguien sintiera su calidez, que alguien se permitiera conocerla.
Entonces, por primera vez, la persona que tenía al lado la miró y le preguntó por sus orejas puntiagudas. Él sonreía, y a su lado estaba una chica morena que también observaba sus orejas, ambos curiosos por saber si eran de mentira. Ella les respondió que no, que eran reales, que así había nacido. Ambos se quedaron mirándola, aún con la curiosidad llenando sus ojos.
Entonces, la chica extendió su mano hacia ella para que la agarrara.
—Hola, mi nombre es Ava, y el nombre de él—dijo señalando al chico a su lado—Es Teo, mi mejor amigo. —Ahora era él quien le ofrecía la mano en señal de saludo.
Ella aceptó su mano y sonrió, dándose cuenta de que, por una vez en la vida, no la miraban como si fuera solo una criatura extraña.
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Un último deseo
FantasíaEn el mundo de las hadas existen solo tres reglas. La primera es que no puedes contarle a nadie sobre la existencia de nuestra especie. La segunda es que solo tienes dos deseos concedidos por tu hada madrina antes de cumplir los 18 años de edad. Y...