Los ojos de Teo miraban al cielo, repleto de estrellas y de una luna que iluminaba su piel, dejándola tan blanca como la misma luna. El clima le recordaba a Clara su último día en el mundo feérico, tan frío y sombrío.
A su lado, Teo juntaba las constelaciones. Esto era lo que siempre había querido: un amigo con quien poder pasar el tiempo, una familia que ella misma había podido elegir.
Clara sentía un poco de miedo al pensar en perder todo lo que había creado en esta nueva vida. Podía ver todo lo que había construido, y el miedo del afuera la atormentaba. Ese miedo tocaba su puerta todas las noches, queriendo llevarse lo que más anhelaba, todas las conexiones que había hecho allí, alejarla de la humanidad que había adquirido. No quería dejar a nadie atrás, así que se refugiaba en el mundo que había creado en su mente, el mundo que había hecho real. Se aferraba a la persona que la había hecho sentir humana por primera vez, al sentimiento de que eso era suyo y de nadie más. Era algo que había creado, algo que merecía.
Los susurros de la verdad la invadían y la invitaban a dejarlo ir, a soltarlo. Pero todo su ser estaba conectado a él, así que lo único que podía hacer era tolerar esas voces en su cabeza que le decían que estaba haciendo las cosas mal. Lo único que quería era que todos la dejaran en paz para poder vivir esa vida sin que nadie le dijera qué hacer, porque sentía que podía hacerlo todo.
Entonces, volvió a mirar a Teo, quien estaba a su lado observándola. Lo vio abrir la boca para preguntarle algo.
—¿Crees que si le pido un deseo a las estrellas me lo puedan conceder? —le preguntó.
Clara se quedó pensando en cómo sería todo si alguna vez le dijera que ella podría concederle cada deseo que quisiera, pero eso la delataría en todas las formas posibles, así que le respondió:
—No creo que eso sea posible, pero si hay una oportunidad, pídele un deseo a esa estrella —dijo, señalando una que estaba más distante de las demás.
Teo la volvió a mirar con los ojos llenos de luz por las estrellas que los rodeaban, y entonces pidió su deseo.
—La verdad, no sé qué pedir, pero algo que he tenido muy presente estos días es que a veces se me olvidan mucho las cosas, o a veces simplemente no me acuerdo de varios fragmentos de mi vida —dijo, un poco confundido mientras pronunciaba cada palabra—. Entonces, pido tener una mejor memoria —añadió, riendo, y Clara lo acompañó en esa risa.
Quizás él no se daba cuenta, pero las palabras que acababa de mencionar hacían que una sensación fría recorriera el cuerpo de Clara. Sus manos temblaban y él no se daba cuenta de que era por su culpa.
Sus miedos salían a flor de piel. Su vida perfecta no podía acabar allí, y las voces en su cabeza no dejaban de gritarle. No pararon hasta que sintió una mano en su espalda.
—¿Tú no quieres pedir un deseo? —le preguntó Teo.
Clara asintió mientras intentaba calmar el temblor de sus manos, mientras trataba de quitarse ese frío con el contacto de la mano de Teo en su espalda.
—Pido que sigamos así para siempre —dijo Clara, mientras pronunciaba las últimas palabras con una sensación de acidez que venía desde su estómago.
Nunca podría calmar las voces, nunca podría hacer que se callaran, no mientras siguieran viviendo en su cabeza, así como nunca podría matar la culpa que sentía cada vez que usaba sus poderes.
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Un último deseo
FantasyEn el mundo de las hadas existen solo tres reglas. La primera es que no puedes contarle a nadie sobre la existencia de nuestra especie. La segunda es que solo tienes dos deseos concedidos por tu hada madrina antes de cumplir los 18 años de edad. Y...