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💻 ── Kaira
Mentía si decía que no estaba sumamente nerviosa. La temporada de fútbol había empezado y LaLiga venía con toda este año, sentía miedo por los chicos, pero más por mi, porque hoy estaría monitoreando las estadísticas, redes y actualizaciones públicas del clásico que se llevaría a cabo. Era el primer clásico que presenciaría en vivo, y ya de paso, siendo la encargada de mantener a los fanáticos al tanto.
Suspiré, sentada en el pequeño cubículo dentro de la cancha. Estábamos en el Estadio de Montjuic, en la ciudad en la que ya llevaba viviendo un año o más. No íbamos a jugar en el Camp Nou porque ya hace un rato que había empezado su remodelación, y mientras tanto no tendríamos algo a lo que verdaderamente llamarle "jugar en casa". Preparaba los programas que usaría en mi laptop para que se me hiciera un poco más fácil el proceso, en unos minutos debía subir a las gradas a interactuar con los culés que me encontrara en el camino.
Me intentaba concentrar en las teclas de la laptop y en las voces catalanas del personal de seguridad que hablaban por mi audífono del equipo. Deseaba acallar el exterior, pero el ruido de la afición era ensordecedor en un evento de este tipo. Posteé una historia en la cuenta oficial de Instagram del club y me levanté para estirarme un poco, me parecía buena idea ir a interceptar a los chicos en los vestuarios antes de concentrarme en mis responsabilidades.
Tenía entendido que por ahora no había llegado el autobús del Real Madrid y que nos tocaría esperar unos minutos más.
—¿Podrías traerme el otro disco duro, Kaira? Creo que me lo he dejado en el autobús —musitó sin dejar su concentración de lado.
Marco era quien me había pedido ese favor. Se trataba de uno de mis compañeros de trabajo más cercano. Sin el otro no podíamos funcionar en este medio. Era un cerebrito para los códigos y programaciones, mientras que yo tenía el carisma para grabar y la voluntad para darle al botón de "publicar".
—Vale. —Asentí.
—No te tardes mucho, mira que debo terminar con esto antes de que llegue aquel equipo —informó, empleando un tono jocoso cuando mencionó al equipo rival.
Fruncí el ceño.
Que fuese un cerebrito no le quitaba el perfil de hombre promedio obsesionado por el fútbol. Marco era fanático de su club a morir. Y por supuesto, formaba parte de los millones de fanáticos que se unían a una absurda rivalidad que continuaba sin importar la línea temporal.
