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Sabía que si permanecía más tiempo en ese lugar, su cordura se desmoronaría por completo. La oscuridad lo envolvía de manera opresiva, aplastante. No tenía idea de cuánto tiempo había transcurrido, pero no había logrado cerrar los ojos ni un instante en esa habitación sofocante. Todo parecía tan lúgubre, tan muerto.

Había pasado lo que parecían horas en la misma posición, con el tiempo avanzando a una lentitud exasperante, como si el universo se burlara de su desesperación.

¿Por qué seguía allí? Ni él mismo lo sabía. Necesitaba ganarse la confianza de Felix para desentrañar cómo había llegado a ese lugar en primer lugar. No sabía qué buscar, si un objeto, una señal, o alguien que pudiera ofrecerle respuestas. Su mente era un caos absoluto.

De repente, recordó vívidamente el momento en que su amigo le habló del retrato. Podía escuchar claramente su voz, sin el más mínimo rastro de locura. ¿Cómo era posible que ni siquiera lo hubiera llamado y aun así escuchara su voz tan claramente? Eso también lo estaba volviendo loco.

Se llevó las manos a la cabeza, tirando de su cabello con desesperación, intentando encontrar alguna respuesta entre el mar de preguntas que lo acosaban.

El tiempo había pasado de forma imperceptible, y los primeros rayos del sol atravesaron la ventana, golpeándole el rostro con una molestia punzante. Los sonidos provenientes del otro lado de la puerta lo alertaron, obligándolo a acomodarse en la cama, quedando casi sentado.

A través de la penumbra, vio un mechón de cabello rubio mojado cayendo sobre el rostro de Felix, mientras este se aferraba a la puerta, temblando ligeramente.

— Puedes irte, resuelve lo que te preocupa — dijo, abriendo más la puerta y revelando su figura detrás de ella, vestida con un conjunto elegantemente antiguo, que le resultaba extrañamente familiar. Aunque su cabello estaba mojado, su apariencia en conjunto era perturbadoramente armoniosa.

— Será lo mejor — se levantó bruscamente, solo para ser golpeado por un dolor punzante en la cabeza. Llevó la mano a la zona dolorida, intentando mitigarlo.

Felix tamborileó con los dedos en la puerta, perdido en pensamientos que parecían atormentarlo.

— Aún te ves mal, puedes quedarte aquí hasta que yo regrese — murmuró, su voz saliendo con una reticencia palpable, mientras sus manos permanecían incómodamente en la puerta.

Hyunjin asintió débilmente, sin querer admitir que la idea de quedarse solo en esa habitación lo aterraba. Felix asintió y, sin decir más, salió de la habitación, dejando a Hyunjin sumido en sus pensamientos.

Sin embargo, la inquietud se apoderó de Hyunjin. La forma en que Felix había estado vestido le parecía extrañamente familiar. Abrió los ojos de manera exagerada al recordar que la ropa que llevaba era exactamente la misma que había visto en el escenario cuando tomó su mano.

Decidió no quedarse allí, esperando en vano respuestas que no llegarían por sí solas. Salió de la habitación y comenzó a vagar por el pueblo, buscando cualquier indicio que pudiera darle alguna pista sobre cómo había llegado allí o cómo salir.

El pueblo estaba vacío, con una atmósfera casi palpable de abandono y desesperación. Las calles estaban desiertas, y cada esquina parecía ocultar un secreto oscuro.

Hyunjin caminó durante horas, recorriendo las calles solitarias y sombrías. Cada paso resonaba en la quietud, amplificando su sensación de desolación. No había señales de vida, solo el constante y opresivo silencio que lo envolvía.

El sol comenzó a declinar, y las sombras se alargaron, intensificando la atmósfera tétrica del pueblo. Hyunjin estaba a punto de rendirse cuando, al doblar una esquina, se encontró en un callejón oscuro y estrecho. Allí, entre las sombras, vio una figura conocida.

El chico del retrato _ HyunlixDonde viven las historias. Descúbrelo ahora