Popping Love

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Mordió el algodón de azúcar, sintiendo como el dulce se derretía suavemente sobre su paladar. No entendía cómo hacían para que esa cosa fuese tan suave, aunque el procesamiento de la azúcar y todos los estiramientos que parecía hacer antes de volverse finas partículas, parecía darle sentido a todo.

—Yo diría que no se separen de los demás, pero así no hay diversión, así que deberíamos cada uno empezar a ir a los juegos, o, ¿qué quieren probar ustedes? Yo me muero por subir a la rueda de la fortuna, tengo dos siglos sin hacerlo y esa se ve genialmente alta.

Leia observó el dichoso juego, que se encontraba a unos metros de distancia y parecía ser bastante alta en comparación de la última vez que se subió a una. Si en la última gritó con ganas, no sabía cómo le haría con esa, pero sí o sí tenía que intentarlo. Aunque se le saliese el alma entera.

—Yo también quiero subir a esa—contestó la castaña, comenzando a brincar interiormente de la emoción—se ve como si la adrenalina te terminará saliendo literalmente por los poros, necesito intentarlo.

Los demás estuvieron de acuerdo, a excepción de Jisung, Jaemin y Yangyang, quienes afirmaban que lamentarían muchísimo vomitar los dos kilogramos de comida que habían ingerido hasta ese momento. Honestamente, Leia no dudaba que fuese cierto. Desde que llegaron, los tres se habían detenido en algunos puestos, no para una probadita, si no para la aventura completa (se habían comido tres hot dogs, un algodón de azúcar, tres sándwiches y sin contar las bebidas) y si se subían, probablemente los demás sufrirían de inesperadas lluvias.

—Bien—acordaron los demás, acercándose animadamente hacia el puesto donde había un joven vendiendo los boletos para ingresar al juego mecánico.

El cielo estaba para ese momento pintado de varios colores, y la castaña pudo apreciar la mezcla mientras hacían la fila, escuchando el alto murmullo y viendo los colores de los juegos iluminando todo. Los gritos parecían complementarlo, cada quien en su propia cabeza, cada persona en su propio grupo. Parecían ser un grupo dentro de un millón de personas más (aunque la expresión sonaba ridícula conociendo que ni de juegos ahí había tantas personas).

Una vez cada uno con sus boletos en mano, se acercaron a la siguiente fila, donde el señor explicaba que debían ir de dos en dos o no podían subirse al juego.

Cuando llegó su turno, el alto señor peliblanco que recibía los boletos tomó los que le extendían, quitándoles un trozo para evitar que un pasado de gracioso los reutilice y poniéndolos en una caja roja de metal mediana.

¿Cuánto dinero se produciría con un puesto de esos?

Leia solo le dolió la cabeza de pensar en el porcentaje que tenían que pagar al dueño de todo el lugar. Que pereza trabajar para otros (era la historia de su vida).

Una vez en el área, dos jóvenes le hicieron señas para que se acomodasen de dos en dos, puesto que, si había menos en cada asiento, rompía las reglas de seguridad. Sin pensarlo dos veces, el peliazul le tomó de la muñeca, dirigiéndose al asiento vacío, donde ambos jóvenes comenzaron a colocarle la barra de seguridad y a pedirle que se abrochen la tira negra por extra-cuidado, así que ambos siguieron las palabras.

—Me tiemblan las manos, voy a gritar y no estamos arriba. Tengo como dos siglos sin subir a uno de estos, la última vez le vomité al de abajo encima—dijo y Mark le miró alternado entre diversión y terror, causando que una carcajada saliese de la boca de la castaña. La maquinaría subió para que los del siguiente asiento pudiesen subir.

Mark abrió la boca, indignado, mirándola acusatoriamente.

—¿Te estás burlando de mi credibilidad?

¡Mamá, el auto! 🦴 Mark LeeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora