La mansión de Alexander se alzaba elegantemente junto al castillo, separada por un jardín cuidadosamente cuidado. La estructura de la mansión era majestuosa pero acogedora, con paredes de piedra blanca adornadas con enredaderas verdes que le daban un aire de serenidad. Sus ventanas eran amplias y decoradas con cortinas de terciopelo, permitiendo que la luz del sol se filtrara suavemente en el interior.
El jardín que rodeaba la mansión estaba lleno de flores exóticas y plantas medicinales, creando un ambiente de tranquilidad y belleza.
A poca distancia, el castillo se erguía con imponente majestuosidad. Sus torres altas y sus murallas fortificadas dominaban el paisaje, ofreciendo una vista panorámica de la ciudad y del campo circundante. El castillo estaba rodeado por un foso ancho y profundo, con un puente levadizo que permitía el acceso a sus puertas principales.
Alexander vivía rodeado de libros y frascos de hierbas. A pesar de ser el general del reino, había encontrado en la medicina un pasatiempo que le brindaba gran satisfacción. Su fama como sanador y consejero había crecido tanto que la gente de la ciudad hacía largas colas para recibir su ayuda. Aunque solo tenía 25 años, su conocimiento en plantas curativas y medicina era vasto, superando incluso al de muchos ancianos del reino.
Un día, mientras preparaba una mezcla de hierbas en su laboratorio, se escuchó un golpe en la puerta.
—Adelante —dijo Alexander sin levantar la vista de su trabajo.
La puerta se abrió y entró una mujer mayor, con el rostro cansado pero esperanzado.
—Señor Alexander —comenzó ella—, he oído que usted puede ayudar a mi hijo. Lleva semanas con una fiebre alta y los remedios que he probado no han servido.
Alexander levantó la mirada, sus ojos reflejando la profunda compasión que sentía por sus pacientes. Aunque su día a día estaba lleno de tácticas de guerra y estrategias, había encontrado en la medicina un lugar donde podía aportar su sabiduría de una manera más personal.
—Por supuesto, ¿puedo saber cuántos años tiene su hijo y cuáles han sido los síntomas exactos?
La mujer respondió con detalle, mientras Alexander tomaba notas y se dirigía a una estantería llena de frascos.
—Voy a preparar una infusión especial para él —dijo mientras mezclaba con habilidad las hierbas—. También le recomendaré algunos cambios en su dieta para fortalecer su sistema inmunológico.
Ella asintió, agradecida.
—Agradezco profundamente su ayuda, señor. He escuchado que además de curar, también ofrece consejos sobre la vida. Mi hijo no solo está enfermo, sino que también ha perdido la motivación. ¿Podría darnos algún consejo?
Alexander sonrió, mientras terminaba de preparar la infusión. Aunque la guerra y las estrategias de combate dominaban su vida, encontraba en la medicina una forma de ofrecer consuelo y sabiduría más allá del campo de batalla.
—La motivación viene del entendimiento de nuestro propósito en la vida. Ayude a su hijo a encontrar aquello que lo apasione y a darle significado a sus esfuerzos. A veces, la cura más poderosa no está en las plantas, sino en la actitud con la que enfrentamos nuestros desafíos.
La mujer, tocada por sus palabras, agradeció una vez más antes de salir con la esperanza renovada.
En la mansión de Alexander, el sol comenzaba a descender, proyectando sombras largas sobre los jardines. Alexander estaba en su laboratorio, rodeado de frascos y frascos de hierbas, pero su mente no estaba en la preparación de remedios. Había estado esperando con ansias la llegada de Ansel para felicitarlo por su examen. Sin embargo, cuando el reloj marcó la hora esperada y el joven aún no había aparecido, la preocupación comenzó a asentarse en su corazón.