Capítulo 8: Cuesta abajo

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El día anterior pude organizar mis pensamientos, y llegué a la conclusión de que lo mejor era calmarme y pensar las cosas detenidamente. O por lo menos ese había sido mi plan inicial. Pero a la vida a veces le gusta jugar bastante sucio, y le encanta demostrarnos que por más que planificáramos nuestra manera de accionar, la mayoría de las veces las cosas no terminaban como queríamos. Y mucho menos cuando otras personas podían influenciar en que todo marchara como era debido.

Tal vez esa fuerza sobrenatural y superior que controlaba todo, debía replantearse las cosas y ser un poco más empático, porque definitivamente es necesario saber cuándo toda tu vida está a punto de irse al carajo. Quizás recibir una pequeña señal para mantenerse alerta o algún tipo de aviso que indicara que tu vida daría un cambio drástico en cuestión de minutos. Pero algo que había aprendido durante los años es que esa señal divina nunca llega y, que por más que quieras evitarlo, los problemas siempre terminan estrellándose en tu cara sin previo aviso y te destrozan el alma.

Y eso era exactamente lo que pasó ese día.

Me encontraba atendiendo a algunas clientas cuando Lia se me acercó, de inmediato sentí su inquietud.

—¿Qué pasa? —Indagué, cuando terminé de recomendarle algunas prendas a las señoras que iban acorde con su figura.

—Laura Santa la está buscando —informó, dejándome igual de confundida.

—¿Qué necesita?

Mayormente las mujeres que se presentaban en el negocio preguntando por mí directamente, era debido a que alguna clienta se encargó de recomendarle la tienda, y le había comentado sobre el asesoramiento que brindaba o las prendas únicas que ofrecía, las que eran de mi autoría.

—No lo sé —respondió, mientras se movía de manera extraña—. Solo me dijo que necesitaba hablar con usted urgentemente.

Al notar lo alterada que estaba Lia todas mis alarmas se dispararon, así que sin dudarlo me despedí de las damas después de algunos comentarios finales, y me dirigí directamente a la recepción. Mi paso flaqueó un poco cuando vi una jovencita esperándome mientras miraba todo llena de altivez. Continúe caminando cuando deduje que lo más probable era que fuera hija de una de mis compradoras.

—Buen día —dije, cuando me encontré cerca de ella. Luego, dirigí mi mirada brevemente al celular que sostenía, el cual no dejaba de sonar a causa de las notificaciones—. ¿En qué puedo ayudarte? Me informaron que deseabas hablar conmigo urgentemente.

Sus ojos marrones se posaron en mí, y me sentí aturdida cuando me di cuenta de que me estaba evaluando.

—No creo que pueda ayudarme en algo —Recorrió la tienda con una mirada engreída.

—Si la mercancía que ofrecemos no va acorde con tu estilo —dije, mientras observaba su look juvenil y su llamativo maquillaje—, te invito a que explores el área. Hay una tienda muy famosa para jóvenes cerca de aquí —Le recomendé con una gran sonrisa sin dejarme inmutar por su comportamiento. Era una mujer mayor y sabía lo que valía mi trabajo. No iba a permitir que una chica mimada, de unos veinte y tantos años, pusiera en duda años de esfuerzo y dedicación.

—No quiero comprar nada —expuso, mientras guardaba el celular en su bolso de mano—. Estoy aquí porque necesito hablar con usted —El brillo malicioso que se apoderó de sus ojos me hizo entender que ella poseía más sabiduría de la edad que aparentaba.

—Te escuchó. Soy toda oídos —anuncié, sin dejar que notara lo mucho que me afectaba su declaración. Todas mis alarmas estaban activadas y sentía como mis manos empezaban a sudar. Era como si todo mi cuerpo me estuviera anunciando que algo fuera de lo normal estaba a punto de pasar, y que lo más probable era que no me gustara para nada.

Dos Décadas (+25)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora