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Mamá levanta una ceja cuando me ve entrar en el living. La luz del televisor le da de lleno, haciendo brillar su bata de seda. Agarra el control, bajando el volúmen para escuchar lo que tengo para decir.

—¿En su casa? —pregunta con un horror exagerado que sé que le está añadiendo su estilo teatral. El ojo se le desvía un poco hacía la pantalla que todavía transmite el corte comercial.

—Sí, ma. Me parece que va a estar solo.

—¿Solos en su casa?

Me remuevo en el sillón ante las preguntas tontas de mí madre. Asiento, abrazando una de mis piernas. El frenesí retuerce los nudos que se formaron en mí estómago.

—Ay, ay, ay. Se te va a dar —la voz de mí hermana se une a la conversación sin previo aviso. Está en la isla de la cocina, detrás de nosotras, comiendo algo que cruje odiosamente. La miro de soslayo sobre el hombro, ella forma una sonrisa triunfante al atisbar molestia en mi.

—¿Vos lo conoces? —le pregunta mamá, creyendo que su presencia va a ser de ayuda.

Contemplo de mala manera a mí hermana, amenazándola para que no diga nada raro y mamá no me deje ir por su culpa.

Apenas leí el mensaje, bajé a la sala para pedirle permiso ya que era una invitación diferente; y de un varón. Casi nunca pido permiso, solo aviso a dónde voy. Puede que sea una excusa solo para contarle en detalle.

Creí que al estar mirando su novela nocturna cedería rápidamente, pero con mí hermana ahí... Me va a complicar las cosas.

Mí hermana, Vanesa, simplemente se encoge de hombros, doblando el cuerpo excesivamente hacía atrás mientras sigue ingiriendo pedacitos de, ahora vistos bien, maní.

—Qué lo va a conocer, si ni sale de casa —hablo hacía mamá, pero lo suficientemente alto para que ella también me escuche. Emite un gruñido como respuesta y dibujo una mueca victoriosa.

Retomando por lo que bajé de la cama, pongo las manos en las rodillas de mamá, diciendo:

—Por favor o me voy a llevar historia —ruego ejerciendo presión y balanceandolas de un lado al otro. Mamá parece desconcertada entre mis súplicas y la pantalla iluminada. —Es un trabajo muy importante.

—Mentira —cuestiona mí hermana solo para molestar, aunque ninguna de las dos le hacemos caso. Mamá arruga los labios en una línea fina, pensativa.

Junto las manos como diciendo una oración. Sé que por su mente divagan recuerdos pasados, peleas por mí culpa al ser tan colgada en la escuela y sus reproches que duraron días enteros. No fue un buen verano. Tal vez, al saber que estoy poniéndome las pilas e intentado terminar la tortuosa secundaria, lo mejor posible, me dé un gran punto a favor.

Al cabo de unos segundos, cuando la propaganda termina y el rostro del galán al que mamá ama aparece en su lugar, le doy en el clavo con mí pensamiento. Aguanto a pegar un salto en el sillón cuando cede.

—Bueno, pero le mando un mensaje a la mamá para ver qué tal—acepta, levantando el dedo ante su única condición.

—Ay, mamá. Va a cumplir dieciocho —se queja mí hermana que está saliendo de la sala todavía con la bolsa de maníes salados en la mano.

—No deja de ser mí hija. A vos te hacía lo mismo.

Niego con la cabeza en su dirección. Sus comentarios no están cooperando en absoluto. Hace una mueca, revolea los ojos para finalmente perderse en la oscuridad de la casa, hacía su pieza.

Antes de volver a acostarme, beso a mamá en toda su cara lo más que puedo. Ella acepta los primeros besos gratamente, pero después me termina echando a empujones por querer seguir viendo su novela.

𝘼𝙇𝙏𝘼 𝘿𝙄𝙉𝘼𝙈𝙄𝙏𝘼 | Eren JaegerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora