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Para qué enemigos cuando tenés amigas.

Los aplausos alrededor siguen, rozando la molestia. No avanzo más escalones ante la pared burlona que tengo enfrente. Muchos que pasan se unen a la aclamación, aunque ignoren el motivo, ganándose una ceja enarcada de mi parte. Mikasa vitorea al aire, irónica.

—¡Bueno! —alzo los brazos en señal de rendición. Dejan de aplaudirme— ¿Qué querian que hiciera?

Ellas solo revolean los ojos por la respuesta obvia. Se encaminan a nuestro piso, dándome la espalda. Sasha repite la pregunta reemplazando las vocales por “i”; no alcanzo a tironearle el pelo recogido por el rápido escape peldaños arriba.

—Lo tuviste ahí —dice Mika, cerrando las manos en puños como si estrujara algo—, literalmente rogando.

—No exageres —rehuso las palabras— Encima, ¡Dios!...

Las chicas se giran para atormentarme con miradas expectantes. Me masajeo las cejas con el pulgar y anular por la vergüenza que siento. Tengo la cara en llamas.

—¡¿Qué!? —gritan todas en coro, buscando que continue hablando. Hago una mueca asqueada, quiero que la tierra me trague y escupa en Miami. Muy lejos de amoríos, con una malteada ácida en la mano y algún morocho lindo.

Mika me chasquea los dedos en el rostro.

—Estaba Levi mirándonos con un asco terrible —termino de decir por fin, moviendo las manos como si me las hubiera quemado con brasas ardientes. Las chicas emiten un quejido de dolor.

—Que metido —se queja Annie soplando un mechón rubio. No parece verlo como el final del mundo ni mucho menos algo que no la deje dormir en las noches. —Me va a decir que no se besuquea con el director.

—Sí, ya sé… Pero viste como es, vive en el siglo veinte —hago un recordatorio sobre la forma de ser de Levi, el profesor de contabilidad.

Pocas veces lo veo en la escuela, y cuando lo encuentro en la escalera siempre anda con una taza caliente o con decenas de carpetas; parecen ser sus accesorios favoritos. Algo que no cambia, nunca, es que en cada una de ellas tiene cara de perro. No lo juzgo, en absoluto, pero vernos de tal manera con Eren no me deja una sensación linda.

Vuelvo a pensar en ello. Él se me había despegado rapidísimo, demasiado para mi gusto, y al retroceder chocó contra Levi. La forma en que el profe levantó despacio el mentón, sosteniendo la taza de café de una forma extraña y dejando de ver la gran mancha marrón extendiéndose por la camisa anticuada…

Un escalofrío me recorre la columna entera.

Escucho una risita detrás, cerca del salón de preceptores. Me encuentro sola en el pasillo. Sobre el hombro llego a ver a la profesora Hange reírse entre dientes mientras se escapa escalones abajo. Algo me dice que quizás estuvo escuchando. Frunzo el ceño por un instante, pero no le doy importancia.

—Alto tarado igual, ¿no se puede controlar un poco? —Mikasa protesta cruzándose de brazos mientras espera a que entre, mantiene la puerta abierta. Me sobresalto al escucharla. Atisbo una pizca de celos. Me muerdo el cachete internamente para no reprocharle algo que yo también hago y después recompenso mandandole fotos de lobos.

Un lobo siempre cuida a su loba…

—Para mí es culpa de Jean.

—¿Por qué? —cuestiono entrando.

—Siempre mete mano, viste que es re pajín —contesta Mika vaciando los bolsillos en un tacho de basura. Servilletas vuelan dentro de la bolsa negra. —No me sorprendería saber que tuvo algo que ver.

𝘼𝙇𝙏𝘼 𝘿𝙄𝙉𝘼𝙈𝙄𝙏𝘼 | Eren JaegerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora