Prólogo: el renacer de dilos.
Dilios, forjado en las implacables cumbres del sufrimiento, no era conocido ni por su fuerza descomunal ni por una destreza inigualable. Se le veía, una y otra vez, bañado en su propia sangre tras cada enfrentamiento, levantándose siempre, nunca rindiéndose. Esa voluntad indomable y valentía feroz lo impulsaron a emprender un viaje hacia el poder. Ascendió hasta la cima del monte Targón, convirtiéndose en el receptáculo de la constelación de la guerra, "Pantheon".
El aspecto robó su cuerpo, pues Dilios, considerado como el hijo de las mil batallas perdidas, no era digno a ojos de los dioses. Encerrado en los confines de su mente, Dilios solo podía observar mientras Pantheon utilizaba su cuerpo para luchar contra el Rey Oscuro, Aatrox. En aquella épica batalla, la espada viviente atravesó su cuerpo, arrancando la constelación de la guerra del firmamento. Pantheon pereció ese día, pero Dilios sobrevivió.
Con una herida mortal, Dilios comprendió que las estrellas no brillaban para iluminar el camino de la humanidad. Los dioses, buenos o malos, las estrellas y las constelaciones, todos luchaban por sus propios intereses. La maldad y la bondad no eran más que dos caras de la misma moneda.
Un sabio de su pueblo había dicho: "No hay justicia, no hay maldad. Al final, ambas son lados de una misma moneda. Se puede hacer el mal desde la justicia y justicia desde el mal". Tachado de blasfemia. Fue ejecutado.
Recuperado, Dilios se enfrentó nuevamente a Aatrox. Sin los poderes de un aspecto, como un simple mortal, no tenía ninguna oportunidad. Derrotado y al borde de la muerte, nunca bajó la mirada. Sus armas brillaron con un resplandor cegador, pues la guerra había encontrado un nuevo portador digno: un mortal. Dilios cortó el brazo de Aatrox, demostrando que incluso los dioses podían sangrar.
Ese día juró: "Si los dioses no están con la humanidad, entonces están en mi contra". Abandonando su nombre, se convirtió en Pantheon, el único temido tanto en el cielo como en la tierra, por ser un mortal...
Y la mortalidad, le pesó. Aunque había acabado con el rey oscuro. Al menos eso creía, Phanteon. Cayó en las cálidas manos de la muerte... No sintió el momento cuando murió, simplemente cayó. La oscuridad absorbió todo. Siendo un letargo largo.
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Como un suave canto, Phanteon escucho su nombre mortal.
—Dilos, Dilos, Dilos—.
Dilos, ante su insistente voz. Reaccionó abriendo sus ojos color avellana. Pudo ver a una mujer, de pelo plata, bajo, piel de parcela. Ella sería Afrodita en toda regla.
—¿Qué?
Secamente, respondió. Su voz era áspera como si no hubiera tomado agua en mucho tiempo.
El cambio de ambientes también lo confundió.
En el cuarto solo habían un silla, y ahí estaba sentada quien me llamó.
—Dilos, aunque tu vida corta fue buena. Lamento ser yo quien diga esto. Pero, has muerto... Lo siento—.
Aunque, Dilos no conocía a esta señorita. Ella se veía con un gran pesar por su ¿muerte...? Realmente murió contra Aatrox.
Aunque el shok fue momentáneo. Había algo más importante que su muerte. Aatrox. El tiene que haber muerte. No podía dejarlo libre por ahí, era un peligro para su gente.
Tosió, aunque su garganta seca estaba. Hablo en un tono áspero y serio.
—Dime, Aatrox. El Dark King, ¿está muerto verdad?—.
La señorita asintió, mostrando una cara de alegría.
—Dilos, usted lo mató. Hasta el último momento luchó, sin tener al aspecto hasta el último momento. Gano. ¡Felicidades! Los dioses estamos profundamente agradecidos.