XXIII: Desesperación.

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cierra los ojos y da un salto.

En la casa de Félix se hallaba un piano que pertenecía a su padre. Minho lo vio al pasar cerca del lugar donde estaba en una rápida visita a la cocina por un vaso de agua, sintió interés por el instrumento a pesar de no recordar haber tocado uno jamás. Abandonó la conversación con sus amigos poco después de volver con ellos, para ir al instrumento que tanto capturó su atención.

Al sentarse frente a el, tuvo la sensación de saber que hacer; y así lo hizo Sus manos comenzaron a teclear, una hermosa y melancólica melodía que capturó la atención de los demás chicos quienes se acercaron al pequeño salón donde Minho seguía tocando con destreza impecable.

– No sabía que tocabas tan bien – comentó Changbin, asombrado por el incuestionable talento de su amigo.

– Yo tampoco – respondió Minho, y todos rieron, luego lo alagaron por su habilidad.

Minho abandonó la casa de Félix cerca de una hora después. Dijo que estaba cansado y no importó cuánto ofrecieron llevarlo o insistieron porque se quedara en casa; se mantuvo firme y se retiró.

Sin embargo, todos notaron algo extraño en Minho.

Felix se fijó en que su manera de hablar era diferente a la usual, un acento extraño, pero no cuestionó. Jisung se percató de su mirada perdida, ausente, pero creyó que se debía a los medicamentos, debía seguir bajo su efecto. Chan se fijó en sus ojos carentes de brillo, pensó que se debía a lo agotado que podría estar pero Changbin solo mantuvo su atención en la película animada que daban en la televisión.

La noche es joven, nadie duerme todavía.

Jisung lo acompañó a tomar un taxi y mientras el automóvil se perdía en la distancia, telefoneó al hermano mayor de Minho para indicarle que se encontraba camino a casa. Junho aún estaba en la larga fila para devolver el vehículo, como sólo tenía pocas personas delante no se preocupó, pronto iría con Minho y buscarían una manera de deshacer todo el embrollo en el que se había metido. También necesitaba algo de tiempo en solitario para pensar.

Por otro lado estaba Jeongin quién desesperado trataba de hallar algún método para salvar a su amigo; había visitado una iglesia cerca de allí pidiendo ayuda y consejo, le dijeron que antes de cualquier práctica debían investigar bien el caso, tener pruebas, se llevaría tiempo. Jeongin sabía que el tiempo se le escapaba de las manos al igual que agua entre los dedos. Los mandó al demonio y se fue de allí, hacia la biblioteca más cercana que pudo hallar.

En la sección ocultista se halló con rituales que no le convencieron en nada y otros que se veían como mero fraude o le dirigían a un exorcismo que no podría practicar por falta de conocimientos, sería demasiado peligroso. Caía en la desesperación con un nudo en su garganta, tuvo que controlarse o vomitaría en la mesa de la biblioteca. Se pasó ambas manos por el rostro, cerrando los ojos y negando con la cabeza ¿qué más podía hacer? al preguntarse eso, la imagen de Hyunjin diciéndole que se callara con un gesto vino a su mente.

alma rota sin adhesivo.

¿En qué momento todo se les fue de las manos? No, es que nunca estuvo en sus manos.

Las lágrimas bajaban por sus mejillas mientras devolvía los libros.

– ¿Te encuentras bien, chico? – le preguntó la bibliotecaria poniéndole una mano sobre el hombro, haciéndolo sobresaltar por el susto.

– Sí, sí – le respondió a la anciana regordeta y salió del lugar, lo menos que necesitaba eran más preguntas que no sabía cómo responder.

Jeongin salió de la biblioteca sintiéndose desdichado, miró la hora en la pantalla de bloqueo y telefoneó a Junho sintiendo el corazón palpitar cada vez más rápido.

El Amante del Diablo - Hyunho  Donde viven las historias. Descúbrelo ahora