1: Recuerdos de una Amistad Perdida

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En la vibrante y peligrosa ciudad de Montecarlo, dos de las familias más poderosas de la mafia han estado en guerra durante generaciones. Los Leclerc y los Verstappen se odian desde hace décadas, y cualquier intento de tregua ha terminado en sangre. Charles Leclerc y Max Verstappen, herederos de sus respectivas familias, han vivido siempre bajo esta sombra de rivalidad.

Charles y Max tienen la misma edad y, a pesar de su enemistad, tienen mucho en común. Ambos asistieron al mismo colegio, estuvieron en los mismos eventos sociales y ahora estudian Administración de Empresas en la misma universidad. Sin embargo, jamás se saludaban, hablaban o siquiera se miraban; ambos ignoraban la existencia del otro, o al menos eso era lo que todos creían.

Muy en el fondo, Max siempre había encontrado a Charles el hombre más hermoso que había conocido. Charles era sociable por naturaleza, gracioso, amable y siempre cuidaba a los suyos. En otra vida, pensaba Max, habrían sido los mejores amigos. Aunque no entendía completamente el origen del odio entre sus familias, recordaba claramente que, cuando eran pequeños, ambos se la pasaban jugando en las reuniones familiares. Las dos familias eran muy unidas hasta que algo lo cambió todo. A partir de entonces, sus padres le prohibieron preguntar por Charles y las reuniones conjuntas se acabaron. Max extrañaba al castaño que le había prometido una vez una boda y muchos hijos.

Ahora, estaban cerca de graduarse de su carrera y, luego, cada uno sería la nueva cabeza de su familia. Como herederos, los habían preparado para este rol desde el día que nacieron.

—¡Maxie, llamando a tierra, ¡Verstappen! —gritó Lando, el mejor amigo de Max.

—Oye, que no soy sordo —respondió Max, sacudiendo la cabeza para salir de sus pensamientos.

—Max, te estaba preguntando si ya tienes preparada tu maleta para el viaje —repitió la pregunta Lando.

—La maleta la tengo, ahora eso de empacar es otro tema. Estoy seguro de que alguien lo hará por mí, como todo lo demás —contestó Max con indiferencia.

—Qué bonito debe ser tú, Max. Te envidio —dijo Lando con un toque de ironía.

Max murmuró para sí mismo, sarcásticamente:

—No te imaginas...

Al otro lado del campus, Pierre y Carlos le preguntaban a Charles sobre la cita que tuvo con Layla, una atractiva estudiante de periodismo por la que todos babeaban.

—Charles, ya dinos, ¿pasó o no pasó algo con Layla? —preguntó Pierre, impaciente.

Charles sonrió y asintió.

—¡Pero eres un gilipollas! —dijo orgulloso Carlos, dándole una palmada en la espalda.

—¿Y volverán a salir? —preguntó Pierre, con curiosidad.

—Espero que no, es un poco intensa —respondió Charles, encogiéndose de hombros.

Mientras sus amigos seguían con la conversación, Charles no podía evitar sentirse distraído. Aunque no lo demostraba, cada vez que veía a Max en el campus, sentía una punzada de nostalgia. Recordaba los días en que jugaban juntos y cómo, incluso de niños, Max tenía una risa contagiosa que lo hacía sentir seguro y feliz.

Hijos de la mafia. LestappenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora