Por David Draven.
Batman despertó en completa oscuridad. Intentó parpadear para recuperar la visión, pero la negrura no cedió. Sus oídos, acostumbrados a captar hasta el más leve sonido, ahora eran invadidos por un silencio absoluto, opresivo. Sus sentidos, afinados como una máquina de precisión láser, se encontraban inútiles en esa nada insondable.
Intentó moverse, pero sus músculos, aún adormecidos, respondían con lentitud. La fría superficie huneda debajo de él sugería que no estaba en la Baticueva ni en ningún lugar conocido. Se incorporó con dificultad, extendiendo sus manos para tocar las paredes lisas y acolchadas de la cámara de privación sensorial en la que estaba atrapado.
Las preguntas comenzaron a formarse en su mente, cada una más urgente que la anterior. ¿Cómo había llegado allí? ¿Quién lo había capturado? Pero más importante aún, ¿cómo iba a salir?
El tiempo se percibía sin sentido en la cámara. Minutos, horas, días... Bruce no podía saber cuánto había pasado. El hambre y la sed comenzaban a hacer mella en su cuerpo, pero era el aislamiento sensorial lo que realmente lo atormentaba. La falta de estímulos exteriores lo arrastraba al borde de la locura.
Recordó los entrenamientos con la Liga de las Sombras, los límites a los que había llevado su mente y cuerpo. Pero esto era diferente. Esto era un ataque directo a su psique, un intento de romperlo desde adentro.
Sus pensamientos comenzaron a fragmentarse. Recuerdos de conversaciones pasadas, rostros de enemigos y amigos, todos giraban en un frenesi de ilusiones distorsionadas. Joker, Bane, Ra's al Ghul... sus voces se revolvian en un caos ensordecedor en su mente.
Justo cuando Bruce sentía que la oscuridad lo consumiría por completo, una voz casi inaudible rompió el silencio. Una voz, tan tenue como una brisa, pero inconfundible. Alfred.
"Bruce, no estás solo. Recuerda quién eres. Recuerda por qué luchas."
Se aferró a esas palabras como un hombre que se agarra a una cuerda sobre el vacío. Repitió mentalmente su mantra, el código que lo había definido toda su vida: "Soy la noche, soy la venganza, soy Batman."
Con renovada determinación, Bruce comenzó a explorar la cámara de nuevo. Cada centímetro cuadrado, cada posible grieta o irregularidad. Su entrenamiento le había enseñado que siempre había una salida, incluso en las situaciones más desesperadas.
Sus dedos encontraron una pequeña abertura, apenas perceptible. Con una fuerza que no creía tener, comenzó a trabajar en ese punto, arañando, empujando, luchando contra la desesperanza que amenazaba con consumirlo.
Finalmente, después de lo que parecieron años, la pared cedió ligeramente. Una brecha, lo suficientemente grande para un hombre determinado y desesperado. Bruce se deslizó a través de ella, encontrando la luz por primera vez en lo que parecío un escape imposible.
La luz era cegadora, pero Batman no se detuvo. Sus ojos, acostumbrados a la oscuridad, se adaptaron lentamente. Se encontró en un pasillo, desierto pero familiar. Era parte del antiguo edificio de Arkham Asylum, el lugar donde había enviado a tantos de sus enemigos en el pasado, antes de que fuera arrasado por un incendio provocado por Luciérnaga.
La comprensión lo golpeó como un puño de acero. Esto había sido un intento de romper su espíritu, de convertirlo en uno de los internos que tantas veces había encerrado allí. Pero quienquiera que lo hubiera hecho, había subestimado su voluntad.
Con una mezcolanza de rabia y determinación, Bruce se preparó para enfrentar al responsable. La batalla apenas comenzaba, y Batman estaba listo para volver a la oscuridad, pero esta vez, como su dueño y no como su prisionero.