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En el corazón de Toledo, donde las calles empedradas cuentan historias de siglos pasados, se alzaba una perfumería que era un oasis de sofisticación y aroma. El establecimiento, elegante y discreto, poseía una fachada de mármol blanco que reflejaba la luz dorada del atardecer. Al atravesar la puerta, el exterior parecía desvanecerse, dando paso a un santuario de fragancias y tranquilidad.

El interior estaba adornado con estanterías de caoba pulida, cada una con frascos de cristal que capturaban la luz y el aroma que contenían.
El aire estaba plagado de esencias frescas y sutiles, como un campo de lavandas, dando un toque lujoso al lugar.

Marta, la directora y el alma del lugar, revisaba meticulosamente los estantes. Su figura delgada se movía entre los pasillos, con pasos silenciosos y calculados. Su rostro, serio, como se mantenía la mayoría del tiempo, reflejaba concentración, como si cada frasco de perfume fuera una extensión de su propia perfección.
La perfección no era solo una aspiración para la mujer, sino una exigencia que imponía a su entorno. Con su autoridad se encargaba de que todo: cada perfume, cada etiqueta, cada jabón... Fuera impecable.

La puerta de la perfumeria se abrió con un suave tintineo, y Fina, la nueva dependienta, dió un paso al interior, desorientada y con el corazón latiendo salvajemente. Su primer encuentro con el mundo de la perfumería y los aromas no era para nada a lo que ella estaba acostumbrada, se sentía una intrusa.

La pelinegra observó a su alrededor, absorbiendo cada detalle de la magnífica tienda: El perfecto orden, el brillo de las luces que lo iluminaban todo, el aire estaba cargado de fragancias refinadas, tan alejadas a su mundo.

Fina trató de mantener una postura erguida, pero su timidez era evidente y, a través de sus temblorosas manos, se notaba su nerviosismo.
Su mirada buscaba a Marta, ansiosa y preparada para demostrar que estaba a la altura de todas las expectativas.

Cuando se acercó con pasos firmes a la mujer, notó como su mirada se clavaba en ella  valorando mentalmente cada detalle. En su rostro no había ni una pizca del cálido recibimiento que Fina había imaginado.

-Bienvenida.- saludó la mayor con una voz clara, que carecía de cercanía. 

Algo sorprendida por la frialdad del saludo, la pelinegra sintió un nudo en su estomago.

-Soy Fina, la nueva dependienta. Estoy muy contenta de estar aquí.- susurró esto último, con un pequeño temblor en su voz.

Marta asintió con una leve inclinación de cabeza. Mientras, sus ojos azules, buscaban cada imperfección en la muchacha.

-En primer lugar, necesitas familiarizarte con los protocolos.- indicó Marta, cogiendo y entregándole a Fina un grueso manual. -Estúdialos.

La rubia se movió rápidamente hasta el centro del local, al lado de la joven, notoriamente nerviosa. Se acercó a ella, con un semblante serio y juzgador, penetrando con su mirada cada centímetro de ella; con el ceño fruncido, acentuando su carácter.

-Bien.- comentó, con una voz grave. -Vamos a hacer una breve introducción.

El tono de la directora no daba lugar a malentendidos: no había espacio para distracciones. Esperaba que Fina demostrara su valía desde el minuto cero.

-Aquí, cada detalle es crucial.- continuó, caminando hacia el mostrador. -La presentación de nuestros productos debe ser impecable. No toleramos los errores.

Fina asintió, siguiendo con atención cada palabra de la directora.

-Los clientes esperan una experiencia de lujo, no hay espacio para la mediocridad.

La pelinegra, en completo silencio, tragó saliva.

-Espero que entiendas la importancia de estos detalles.- añadió. -La perfección es una obligación.

Con esas palabras, Marta finalizó la conversación, sin cambios en su expresión.

La campanilla de la puerta volvió a sonar repentinamente con un tintineo agudo, avisando de la llegada de un nuevo cliente.
Marta, en su puesto detrás del mostrador, miró a la mujer y luego se volvió hacia Fina.

-Atiende a esa clienta.

La menor, sin intención de contradecirla, se encaminó hacia la clienta con el corazón en un puño.
La mujer, con una exigencia palpable, estaba observando los perfumes con una mirada crítica.

-Buenos días.- saludó Fina, forzando una sonrisa. -¿Puedo ayudarla?

-Estoy buscando un aroma clásico y sofisticado.- habló, sin si quiera mirar a la joven a la cara.

La pelinegra, muerta de miedo pero a la vez desesperada por dar una buena impresion, cogió un frasco con toda la seguridad con la que su cuerpo contaba.

-Ah, si, este perfume es... Tiene un aroma muy fresco... Y moderno...- murmuró.

La mujer frunció el ceño, claramente insatisfecha.

-Creo que buscaré en otro lugar. Gracias por tu ayuda, aunque no haya sido nada útil.- dijo con una mirada desaprobatoria, para luego dar media vuelta y marcharse.

Al girarse, lo primero que Fina encontró, fue los ojos de su jefa, que le decían sin necesidad de palabras que había sido un desastre.

Marta permaneció tras el mostrador, observando su alrededor con el ceño fruncido. Aquel incidente era motivo suficiente para no contratarla, pero se aferraba a la posibilidad de que aquello solamente fuera algo puntual.
Iba a darle una segunda oportunidad a aquella muchacha.

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