Un espectáculo de luces iluminaba el cielo y la tierra. Una energía blanca y pura que se veía envuelta por las cenizas color azabache y el fuego residual del aliento de la bestia a la que el arma secreta de Orario se enfrentaba atenuaba el ambiente gélido que las nubes y los copos de nieve que descendían de las mismas producían.
Era una noche repleta de estrés, llena de sangre y abundantes riesgos, al igual que pérdidas y lamentos. Una en la que dos fuerzas chocaban, una en la que la victoria de alguno de los mandos se consagrará.
A lo alto de la mansión de trigo, hogar de la familia Demeter, se hallaban varios de los Dioses más importantes de la ciudad, acompañados de aventureros que procurarían su protección. El objetivo que los atrajo a ese sitio era cazar al responsable de este conflicto, a la deidad que comprometía la paz.
Al principio creían que era la hermosa diosa de la fertilidad, la bella mujer que era conocida como una presencia amable y dadivosa, la hermosa Demeter, razón por la cual se presentaron en aquella mansión. Sin embargo, Freya había descubierto algo, había captado a alguien.
La susodicha provocó que el titiritero saliera, se revelara. Su identidad fue enseñada, confesada.
Era ni más ni menos que aquel Dios que había rebajado codo a codo con las fuerzas de Orario, un supuesto aliado. Su nombre era Dionysus, el dios del vino, aunque ese energúmeno doble cara se hacía llamar a sí mismo... Enyo.
La paciencia de Freya fue comprometida, su cordura rota. El odio que se generaba en su interior por lo sucedido con anterioridad, por el sufrimiento que le hicieron pasar, le pasaba una mala jugada a su serenidad.
Tener frente suyo al responsable de su más grande pérdida... no lo podía soportar.
Golpeó y apuñaló el cuerpo de ese despreciable ser. Se disponía a torturarlo hasta que su furia se pudiera saciar. Fue así hasta que su curiosidad por el calmo y esperanzador sonido de las campanadas a lo lejos de su posición la hicieron parar.
Abandonó el moribundo cuerpo de Dionysus, buscando presenciar el heroico actuar de aquel chico, de ese niño que su corazón ha conquistado.
No fue la única que ignoró al antes mencionado para disponerse a observar el espectáculo. Al igual que Freya, Hestia y Hermes posaron las manos en los barandales del balcón, emocionados, preocupados, y en parte asustados, por lo que sucedería a continuación.
El cielo nevaba. La hermosa capa blanca se esparcía en las calles, edificios, techos y cabello de quien estuviese fuera de un refugio, de una superficie que lo cubriera del frío, señal del venidero invierno, y calentara.
La hermosa deidad de la belleza, quien ostentaba con orgullo ese título, posaba sus manos encima del pecho, ese pecho que contenía su acelerado corazón, que presionaba y apaciguaba el intenso palpitar que era una mera consecuencia el miedo que sentía por el albino valeroso y su bienestar.
Sus ojos, si bien se centraban en la imponente figura de su amado... también captaban de reojo los copos de nieve, únicos y diferentes unos del otro.
Un nudo se formó en su garganta. La prematura presencia de la entrada del invierno. La oportuna llegada de la nieve al campo de batalla para decrecer la temperatura y permitir que el calor sofocante no causara mayores estragos era... demasiado conveniente.
"Mi Noel... ¿Eres tú la que acompaña a tu padre? ¿Le proporcionas tu fuerza desde el otro lado?".
Susurró la peliplateada, sonriendo temblorosamente mientras asociaba los detalles antes mencionados con la hermosa infante que aún marca su vida.
Era cuanto menos curioso que la susodicha también poseyera poderes de nieve.
Sus párpados contenían las lágrimas que se formaban. Estiró la mano para que uno de estos fríos decorados cayera en la palma y transmitiera su baja temperatura en su piel.
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El ángel que los unió...
FanficDespués de que una pequeña niña espíritu llegara a sus vidas, Bell y Syr se comenzaron a acercar más y más gracias a ella, fungiendo como sus padres. Sin embargo... ella se fue, desapareció, marcándolos en lo profundo de sus corazones. No obstante...