Mi nombre es Karen y siempre soñé con casarme con el hombre de mi vida, alguien que me amara y a quien amara con todo mi corazón, quería compartir con ese hombre una vida entera y unirnos en una ceremonia grande, entrar a la iglesia vestida de blanc...
Estaba a punto de entrar a la iglesia, mi padre me sostenía del brazo en un intento por ayudarme a controlar mis nervios, por fin, después de tantos años de noviazgo Namjoon y yo íbamos a casarnos, no lo podía creer, el amor de mi vida y yo estábamos por unir nuestras vidas para siempre y yo estaba más que feliz por eso, pero al mismo tiempo los nervios me mataban, era extraño, tenía el presentimiento de que algo iba a pasar y eso me tenía tensa, pero tal como dijo mi papá, debía olvidarme de eso y concentrarme en que estaba a minutos de ser la esposa de Kim Namjoon.
A la hora exacta las puertas se abrieron, dejándome ver el pasillo decorado con flores blancas y un camino de un material parecido al cristal de un espejo que reflejaba a la perfección el techo de la iglesia y claro, también me reflejaba yo, con mi vestido blanco y una sonrisa enorme al ver a mi futuro esposo al final de ese camino.
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Mi padre soltó mi brazo, no sin antes darme un beso en la frente y decirme que me amaba, no me entregaría en el altar porque ambos creíamos que, desde que era una adulta, en la vida debía aprender a caminar sola, claro que él iría detrás de mí cuidando mis pasos, pero era yo quien debía avanzar por mi cuenta, era una buena forma de ver la vida, él me dejaba avanzar y conocer los tropiezos que ésta podría tener y luego, en ese proceso, encontraría a la persona que iría a mi lado por el resto de mis días y obviamente ése era Namjoon.
Quizá era extraño, pero así queríamos que fuera, después de que mi padre me soltó y me indicó que debía comenzar a caminar, lo hice, caminé hacia el hombre que me esperaba con la mirada puesta en mí.
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Todo el nerviosismo que sentía se esfumó al verlo, no había duda de que amaba a Namjoon, aunque por un microsegundo pasó por mi cabeza mi primer amor, pero no tenía caso pensar en él, no cuando estaba por casarme con el amor de mi vida, así que seguí caminando sin ver a nadie más que a mi futuro esposo.
Llegué hasta él y tomó mi mano de una forma tan delicada que lo único que pude hacer fue sonreírle y perderme en su sonrisa, era irreal que existiera alguien tan perfecto como él.
