Capítulo 5. Córrete para mi.

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—Sí, lo siento maestro. —susurró Daniela, su voz saliendo temblorosa mientras se empujaba fuera de la mesa. —¿Dónde quiere hacerlo, maestro?

María José sonrió mientras se acercaba a la chica, con las manos descansando a cada lado de la cintura de la latina, donde se empujó sobre la mesa. —Bien aquí. —Sus manos se deslizaron entre los muslos de Daniela, separándolos sin contemplaciones. —Dime. —Se mojó los labios con la lengua, sin dejar nunca los ojos de la chica que tenia delante. —Dime que puedo ponerte en cualquier lugar. —Ella se inclinó hacia adelante, con una mano apoyada en la mesa, su rostro cerca del de ella. —Dime que eres mía y que puedo follarte como quiera. —Sus labios rozaron la piel sudorosa del hombro de la menor, sus dientes raspando delicadamente la piel. —Me encantará oír eso.

Daniela suspiró, aunque su cuerpo estaba al límite, al borde del agotamiento, reaccionaba a cada respiración que tomaba la morena frente a ella. Daniela inclinó su rostro hacia un lado, su nariz tocando ligeramente el cabello negro de María José. —Soy tuya... —Cerró los ojos, disfrutando del olor a menta que desprendía. —Hazme tuya, como quieras.

María José sonrió con arrogancia, volviendo su rostro hacia la chica. Sus ojos se centraron en los labios rojos de la latina, antes de bajar a sus muslos.—¿Aca mismo? —preguntó, deslizando la cabeza del juguete entre sus pliegues empapados.

—Sí maestro.

María José se rió nasalmente y dio un paso atrás. Daniela observó a María José caminar por la habitación hasta que estuvo frente a la cómoda nuevamente. La latina se mordió el labio permitiéndose apreciar el cuerpo de su cliente. Muslos gruesos, un trasero grande y respingón, cabello negro que caía en cascada sobre la espalda contorneada de la morena y piel suave y canela, completaban un conjunto delicioso que era María José.
—Necesito oirte suplicar. Necesito que me pidas más cada vez que te follo. —Habló María José mientras tomaba las pinzas para pezones del último estante. Caminó de regreso con Daniela, con una sonrisa seductora fijada en la comisura de sus labios.

—¿Alguna vez has usado uno de estos antes?

—No maestro.

María José se lamió los labios una vez más y luego colocó las pinzas al lado de Daniela en la mesa. —Entonces necesito prepararte para esto. —Sin decir nada más, la morena se inclinó sobre Daniela, haciendo que la pequeña inclinara su cuerpo hacia atrás.

La mano de la morena recorrió el vientre plano de la chica, enviando oleadas de placer por todo el cuerpo de la menor, María José observó encantada cómo los pechos de la prostituta poco a poco se volvían más firmes. —Son perfectos. —Lentamente pasó las puntas de sus dedos por el costado del cuerpo de Daniela, trazando su seno derecho con su dedo índice. —Me entran enteros en la boca.—María José levantó la vista hacia ella. —Agradéceme cuando esto termine.

Daniela se sonrojó ante la intensa mirada de la morena, iba a preguntar por qué, pero todo su razonamiento lógico se evaporó cuando María José cubrió la piel de la chica con sus labios. La latina gimió roncamente, sintiendo un escalofrío recorrer su espalda, la lengua caliente de la mujer mayor se deslizó entre sus pechos, una de sus manos la sostuvo y mantuvo a la prostituta firmemente cerca de ella.
María José sopló, mordisqueó, lamió, chupó, aplastó cada uno de los senos de su puta y sus dedos dejaron marcas rojas en el regazo de la chica. Cuando estuvo satisfecha, se alejó tomando la horquilla en una de sus manos. Enfrentó uno, probándolo con un ligero tirón, y luego enfrentó el otro, sonriendo ante la imagen perfecta frente a ella.

María José pasó las abrazaderas a través de la cadena que sostenía. Daniela chilló y miró hacia abajo, esa era una sensación diferente a todo lo que había sentido alguna vez, era doloroso, pero al mismo tiempo bueno.
—Estos clips son como un collar. —Dijo suavemente, sus ojos subiendo hacia el cuello de Daniela. La morena tomó una pequeña nota mental para decirle a Abi que llenara su armario con collares. —Tirar de ti es mi forma de mantenerte a raya. Las perras obedientes ganan su recompensa. —Puntuó su discurso con ligeros tirones. —Mantén tu estúpida excitación y controlate, ¿Entendiste?

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