Capítulo 3. Fóllame fuerte.

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Daniela estaba acostada en la cama, boca abajo. Tenía los brazos extendidos por encima de la cabeza, donde mantenía las manos atadas contra la cabecera. María José continuó admirando su cuerpo desde que la chica se había quitado la ropa, apreciando la parte posterior de su cuerpo más que nada. Se estaba preparando para la primera etapa de la noche, era el ritual habitual que hacia con cada chica que le compraba a Abi.

La morena comenzó a subirse a la cama, arrastrándose hacia su premio. Se acercó, colocando sus manos a cada lado del cuerpo de Daniela. —Ahora, lo que voy a hacer es una especie de ritual de la suerte. —Beso cada uno de los omóplatos de la chica, recorriendo su nariz hasta llegar al cuello. —Solo para mi placer. —Se apoyó en una mano, mientras con la otra le quitaba el cabello a Daniela de su hombro Izquierdo, dejándolo accesible. —Espero que sólo hables cuando te le pido. ¿Entendiste?

—Sí, maestro.

—Buena chica.

Se colocó sobre Daniela, bajando su cuerpo hasta quedar completamente presionada contra Daniela. La morena gimió mientras frotaba lentamente su sexo empapado contra la nalga izquierda de la chica. Daniela suspiró debajo de ella, sorprendida y excitada.
María José permaneció lenta. Todo para demostrarle a la puta que ella estaba a cargo, y que solo importaba su placer. Era un juego de excitación primaria, donde al final lo único que importaba era la manifestación del poder.

Cuando la latina comenzó a balancear sus caderas, María José suspiró, forzando su cuerpo a bajar. —Eso es... —Susurró, con la boca flotando sobre la oreja de la menor. María José aspiró el perfume, aprovechando la piel accesible para marcar sus dientes allí.

Durante largos minutos, la morena mantuvo sus brazos firmes, plantados a ambos lados del torso de Daniela. La mujer mayor ahora arqueó aún más su cuerpo, como una felina en celo, estimulando la presión solo en su clítoris. De vez en cuando soltaba gemidos de placer, pero la mayor parte del tiempo lo único que se escuchaba era el balanceo de la cama. Cuando María José finalmente comenzó a acelerar el ritmo, sintiendo los primeros signos de su inminente orgasmo, apoyó su frente en el hombro de la latina. —Sí... ¡joder, sí! —gimió María José. —Vamos, Daniela. Di mi nombre.

—Maestro. —Ella suspiró.

—¡Eso! De esa forma. —La mujer soltó una risa lasciva, sus dedos pegados firmemente contra las sábanas, sus caderas golpeando cada vez más rápido contra las nalgas de la chica. —Una vez más.

—Maestro María José. Maestrooo... —Daniela gimió suavemente.

María José gruñó cuando escuchó el gemido bajo de la chica, se dejó llevar, abrazando el placer de una vez por todas. Con un empuje más poderoso, su sexo se contrajo en un violento orgasmo. Su cuerpo vibraba mientras la sensación de placer se iba apoderando poco a poco, haciéndola temblar hasta que sus brazos perdieron su fuerza. María José continuó rechinando su coño, permitiendo que los temblores continuaran hasta que no pudo soportarto más y se relajó. Pasó sus labios por el hombro desnudo de la latina, su lengua deslizándose sobre la piel lechosa. —Bien muy bien. —Susurró después de unos segundos.

María José se puso de pie dejando escapar un suave gemido cuando su sensible clítoris fue presionado una vez más contra el trasero de la chica. Se hizo a un lado para poder contemplar su obra de arte. Una mancha brillaba en la tenue luz de la habitación, húmedo, cálido y brillante en la nalga izquierda de Daniela. La morena sonrió mientras se inclinaba, lista para lamer su propio semen. La latina gimió sorprendida ante el toque, la lengua húmeda de María José se deslizó sobre su suave piel sin ninguna ceremonia, deleitándose cada vez más.

—Me encanta tu culo. —Gimió, besándola de nuevo, serpenteando cada centímetro con su lengua. —Es lo mejor que he probado, Daniela. —Sus manos tomaron posesión de esos dos suaves montículos, donde María José pronto intentó amasarlos con sus dedos, amando ver la pigmentación rojiza a su alrededor. Sus besos se volvieron intensos, separó una nalga de la otra, admirando la estrecha entrada de la más joven. —Te voy a comer así. —Acercó su rostro, deslizando su lengua entre la rendija. —Voy a meter la lengua aquí y hacerte sentir cosas.—María José gimió encantada al verlo. —Cosas que nunca has sentido antes.

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