En el éter, un chico conversa con las nubes, su cosquilleo de la realidad desprendida del mundo terrenal.
Sus ojos, un espejismo de un cielo lejano, que reflejaban la infinitud de paisajes saliendo de su cabeza.
Con cada vuelo, se desvanecía un poco más, hasta convertirse en un susurro del viento, mientras la brisa le brinda una pizca de suavidad y temple silencioso.
(Durmiendo en las corrientes del cielo)
Su corazón, un compás desacompasado, latía al ritmo de la libertad abrazante en la calidez adyacente del sol acompañante.
En su mente, un laberinto de pensamientos se entrelazaba con la nada en la mínima existencia percibida, creando un tapiz de ensueño dulzón sobre la dama de blanco.
Su ser en un río de estrellas, ya lejos de su orbita planetaria, fluía sin fin hacia el horizonte del cosmos, dejándose conducir a los agujeros de gusanos de sus propias sustancias químicas liberadas.
Y así, el chico se perdió en la inmensidad, dejando atrás el mundo y su realidad, para convertirse en un sueño etéreo, inalcanzable y libre de todo mal.
La Potter
