El aire en el pueblo estaba impregnado de un silencio opresivo, como si la misma tierra contuviera la respiración en espera de algún inevitable desastre. Cada paso que Adriel daba resonaba en la penumbra, su eco era absorbido rápidamente por la densa niebla que se arremolinaba a su alrededor.
La luz tenue de Miguel, que brillaba en su interior, era apenas suficiente para mantener a raya la oscuridad que los envolvía, pero no podía disiparla. Era una lucha constante, una batalla que se libraba en el borde de la percepción, donde la sombra y la luz se entrelazaban en una danza eterna.
Adriel (pensando): Este lugar... cada rincón, cada sombra, parece respirar con un temor antiguo, como si el pueblo mismo estuviera vivo y sufriendo.
La investigación comenzó de la única manera posible en un lugar como ese: hablando con los habitantes. Sin embargo, lo que Adriel encontró no fueron personas dispuestas a hablar, sino sombras vivientes, almas que parecían haber perdido toda esperanza, sumidas en un miedo constante que se reflejaba en sus ojos vacíos y en sus voces apagadas.
Los pocos aldeanos que se atrevían a salir de sus casas lo hacían con movimientos lentos y cuidadosos, como si el simple acto de caminar fuera una tarea monumental. Sus rostros estaban marcados por el miedo, una máscara perpetua de desesperación y resignación. Eran como fantasmas, atrapados en un ciclo interminable de terror que se repetía cada día sin esperanza de redención.
Adriel (observando a un anciano que camina lentamente por la calle): Es como si estuvieran esperando algo... o alguien, temiendo que en cualquier momento, el horror que los acecha se manifieste.
Miguel, sintiendo la opresión en el ambiente, intentó llegar a la esencia del miedo que impregnaba el pueblo. El aire estaba cargado de una energía oscura, una presencia que parecía estar acechando en cada sombra, observando, esperando el momento adecuado para atacar. Adriel también lo sentía, un peso invisible sobre sus hombros, un constante recordatorio de que algo terrible estaba sucediendo justo fuera de su vista.
Miguel (con voz baja): Adriel, el miedo aquí no es solo un reflejo de la oscuridad, es algo que ha sido cultivado, alimentado por una fuerza maligna. Debemos encontrar el origen de este terror.
Adriel asintió, decidido a descubrir la verdad, aunque su corazón se llenaba de una creciente sensación de inquietud. Empezaron a preguntar a los aldeanos, tratando de obtener respuestas, pero la mayoría se encogía de hombros o murmuraba incoherencias, demasiado asustados para articular lo que sabían o lo que temían.
Fue una anciana, encorvada por los años y la desesperanza, la que finalmente les habló. Su voz era un susurro rasposo, como hojas secas arrastradas por el viento, y sus ojos, hundidos y apagados, reflejaban una vida entera vivida bajo la sombra de un terror indescriptible.
Anciana (con voz temblorosa) — Él... Él viene cuando el sol se niega a alzarse. Nos observa, nos acecha... el Heraldo del Crepúsculo. Él es quien ha traído esta oscuridad sobre nosotros.
— ¿Quién es el Heraldo del Crepúsculo? ¿Qué quiere? — dijo Adriel inclinándose hacia la anciana
La anciana tembló visiblemente al mencionar ese nombre, como si de solo pronunciarlo fuera a invocar su presencia.
— Él... no es de este mundo. Es una sombra, un ser que camina entre la luz y la oscuridad, y busca destruir el equilibrio que mantiene al mundo en su curso. Él quiere... Él quiere sumergirnos a todos en un crepúsculo eterno, un lugar donde no hay día ni noche, solo la penumbra interminable... solo la desesperanza — dijo la
Anciana con los ojos llenos de terrorLas palabras de la anciana resonaron en la mente de Adriel como un eco distante, trayendo consigo la imagen de un ser de pura maldad, un ente que se movía con la intención de apagar la luz del mundo para siempre. Miguel, dentro de Adriel, sintió la verdad en esas palabras, una verdad que era más aterradora que cualquier monstruo tangible.
Miguel (con voz grave): El Heraldo del Crepúsculo... si lo que ella dice es cierto, entonces estamos enfrentando a un enemigo que no busca simplemente conquistar, sino destruir el mismo ciclo de la vida, la alternancia del día y la noche que da sentido al tiempo.
Adriel (pensando): Un mundo sin día ni noche... solo un eterno crepúsculo. Es un destino peor que la muerte. Pero, ¿por qué? ¿Qué puede ganar de un mundo sumido en la penumbra?
Continuaron investigando, moviéndose por las calles desiertas, recogiendo fragmentos de información de los habitantes aterrorizados. Poco a poco, una imagen más clara del Heraldo comenzó a formarse en sus mentes. No era simplemente un ser de oscuridad, sino una entidad con un propósito específico, una misión que iba más allá de lo que habían enfrentado antes.
Adriel (reflexionando): Khaos quería destruir el mundo, sumirlo en el caos. Pero el Heraldo... él quiere algo diferente. No quiere destruir el mundo, sino transformarlo en algo nuevo, algo donde la esperanza no pueda florecer, donde el tiempo mismo quede atrapado en un ciclo de desesperación.
Cada conversación con los aldeanos reforzaba esta idea. El Heraldo del Crepúsculo era una sombra que aparecía en los bordes de la visión, una figura alta y esbelta, envuelta en un manto de sombras que se movían como si tuvieran vida propia. Su presencia era anunciada por un frío profundo que descendía sobre el pueblo, congelando el aire y haciendo que la luz vacilara y muriera.
Adriel (con inquietud): Es como si la misma oscuridad se convirtiera en su arma, un manto que envuelve y asfixia toda luz. Si el Heraldo logra expandir su influencia más allá de este pueblo, el mundo entero podría caer en la penumbra.
Miguel: Debemos detenerlo antes de que logre su objetivo. Pero para eso, necesitamos saber más. Necesitamos encontrar dónde se oculta, dónde ejerce su control.
La búsqueda los llevó a una taberna en ruinas, un lugar que una vez fue el corazón del pueblo pero que ahora era solo un cascarón vacío, abandonado por el miedo que lo devoraba todo. Allí, entre los escombros y las sombras, encontraron un viejo mapa, marcado con símbolos que apenas reconocían.
Miguel (examinando el mapa): Este símbolo... es un antiguo signo que representa la frontera entre la luz y la oscuridad. Parece que está señalando un lugar al norte del pueblo, un lugar donde la penumbra es más densa.
Adriel miró el mapa, sintiendo una punzada de esperanza. Tal vez habían encontrado una pista, un camino que los llevaría al origen de la oscuridad, al lugar donde el Heraldo del Crepúsculo controlaba su poder.
Adriel (con determinación): Debemos ir allí, Miguel. Si el Heraldo se esconde en ese lugar, entonces es allí donde encontraremos las respuestas que buscamos. Y quizás... quizás también encontremos un rastro de Luzbel y Leonel.
Miguel (con voz firme): Sea lo que sea, estamos preparados para enfrentarlo. No permitiremos que este crepúsculo se extienda más allá de este pueblo.
Con el mapa en mano y el corazón lleno de incertidumbre, Adriel y Miguel se prepararon para dirigirse al norte, hacia el lugar donde la oscuridad era más densa, hacia la guarida del Heraldo del Crepúsculo.
Sabían que lo que encontrarían allí podría ser más aterrador de lo que podían imaginar, pero también sabían que no tenían otra opción. El equilibrio entre la luz y la oscuridad estaba en juego, y el mundo no podía permitirse perderlo.
La figura solitaria de Adriel, parado en el umbral del pueblo, mirando hacia el norte, hacia la oscuridad que aguardaba. La niebla se arremolinaba a su alrededor, densa y fría, como una advertencia de lo que estaba por venir.
Pero Adriel no retrocedió; con Miguel a su lado, se adentró en las sombras, decidido a enfrentar el mal que amenazaba con sumergir al mundo en un crepúsculo eterno.
ESTÁS LEYENDO
El Heraldo Del Crepúsculo (Tomo II)
FantasiaSAGA LOS CELESTIALES II Después de la devastadora batalla que dejó a Luzbel como el Príncipe de las Tinieblas y a Leonel atrapado en su control, el mundo ha caído en una aparente calma. Sin embargo, Adriel y Miguel, aún recuperándose de la pérdida...