Las noches en el pueblo sumido en el crepúsculo eterno eran un viaje a través de los abismos más profundos del alma. El aire era denso y frío, y la niebla que envolvía las calles se adhería a la piel como un manto de angustia.
Adriel se sentía atrapado en una realidad distorsionada, donde el tiempo parecía haberse detenido y cada momento se extendía hacia la eternidad.
Pero no era solo el ambiente lo que lo perturbaba; era lo que sucedía en su mente cuando cerraba los ojos, cuando el sueño lo alcanzaba y lo arrastraba hacia los rincones más oscuros de su conciencia.
Las visiones comenzaron como susurros, apenas audibles, un murmullo lejano que resonaba en los confines de su mente. Adriel sentía que no estaba solo en sus sueños, que una presencia lo observaba desde la penumbra, una sombra que se movía en los márgenes de su percepción.
Al principio, no pudo distinguir quién o qué era, pero a medida que las noches pasaban, las imágenes se volvieron más claras, más definidas.
Adriel (pensando, con angustia): Estas visiones... son más que simples pesadillas. Es como si el pasado de Miguel y Luzbel estuviera tratando de alcanzarme, de mostrarme algo que he pasado por alto.
Las primeras imágenes que aparecieron en sus sueños fueron de Miguel, un ser de luz, radiante y poderoso, luchando contra una marea interminable de sombras.
Adriel veía a través de los ojos de Miguel, sintiendo su desesperación mientras intentaba contener la oscuridad que amenazaba con devorarlo todo. Era una batalla que parecía eterna, un ciclo interminable de luz contra sombra, una guerra en la que Miguel, aunque poderoso, estaba siempre al borde del agotamiento.
Adriel (reflexionando en su sueño) Miguel... siempre has luchado, siempre has mantenido la luz encendida, incluso cuando todo parecía perdido. Fuiste la esperanza de la humanidad por tantos eones.
Las sombras en los sueños eran casi tangibles, se movían como una masa viviente, una marea negra que se extendía para envolver a Miguel, tratando de apagar su luz. Cada golpe que Miguel daba, cada rayo de luz que emitía, dispersaba temporalmente las sombras, pero siempre volvían, más fuertes, más determinadas a consumirlo.
Adriel sentía la desesperación de Miguel, su cansancio profundo, el peso de la responsabilidad que llevaba sobre sus hombros. Era una lucha solitaria, una batalla que Miguel había librado durante siglos, siempre al borde del abismo, siempre enfrentando la oscuridad con la esperanza de que la luz prevalecería.
Pero las visiones no se detenían ahí. Poco a poco, las sombras en los sueños comenzaron a tomar forma, a transformarse en figuras que Adriel reconocía.
Luzbel, el hermano perdido, atrapado en una tormenta de oscuridad, su cuerpo envuelto en sombras que parecían alimentarse de su desesperación. Adriel veía a Luzbel, no como el ser poderoso que había sido, sino como una figura trágica, atrapada en un ciclo de autodestrucción, incapaz de liberarse de las cadenas de su propio pasado.
Adriel (en su sueño, con voz rota): Luzbel... ¿cómo llegaste a esto? ¿Cómo te perdiste tanto en la oscuridad que ya no puedes encontrar el camino de regreso?
Las visiones de Luzbel estaban llenas de dolor, de arrepentimiento, pero también de una rabia profunda, una ira dirigida tanto hacia sí mismo como hacia el mundo que lo había condenado. Adriel sentía esa ira como una llamarada en su corazón, un fuego que lo consumía lentamente, debilitando su espíritu con cada noche que pasaba.
Y luego estaba Leonel. En sus sueños, Adriel veía a su hermano atrapado en la oscuridad, una figura pálida y desgarrada, sus ojos vacíos reflejaban la desesperación de un alma que había sido rota.
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El Heraldo Del Crepúsculo (Tomo II)
FantasíaSAGA LOS CELESTIALES II Después de la devastadora batalla que dejó a Luzbel como el Príncipe de las Tinieblas y a Leonel atrapado en su control, el mundo ha caído en una aparente calma. Sin embargo, Adriel y Miguel, aún recuperándose de la pérdida...