CAPÍTULO 6

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Aleksandr se sentía incómodo, pero no sabía por qué. Tenía un nudo en el estómago, otro en la garganta, le dolía la cabeza y le era casi imposible respirar. Nunca se había sentido tan ansioso e impotente como en ese instante. Por un momento, pensó que se trataba de Nadezhda, su melliza, pero ella había acudido a él hacía un par de horas y estaba en perfecto estado de salud.

Sorbiendo poco a poco de su vaso de vodka, cerró los ojos. No podía deshacerse de la sensación que estaba empezando a perturbar su alma animal. Sería condenadamente peligroso si perdía el control y salía a jugar, no solo porque era un auténtico neurótico ávido de sangre, sino también porque nadie podía descubrir la verdadera identidad de él y su hermana. No sería seguro para ninguno de los dos. Solo su pequeño círculo íntimo, formado principalmente por cambiantes, conocía los orígenes de sus medios animales, y pretendía que siguiera siendo así durante mucho tiempo.

La puerta de su oficina se abrió y apareció Rodion con su camisa de lino púrpura salpicada de sangre. Aleksandr, pensando que estaba herido, se apresuró hacia él; sin embargo, una cosa en el aire lo detuvo. Debió olfatear para entender. Había algo que le resultaba conocido, simplemente encantador. Era como... como el aroma de las frambuesa y la bergamota.

Reconoció el perfume de inmediato. Nunca podría olvidarlo, ya que era en verdad delicioso, también pertenecía a... ¿Qué estaba sucediendo ahí?

Rugió sin poder contenerse.

—¿Por qué hueles como mi mujer?

Los ojos asustados de Rodion recorrieron la oficina antes de encontrarse con su mirada. Luego le respondió en un tono casi susurrante:

—No sé de qué habla, Aleksandr Vladimírovich, yo...

—Te hice una maldita pregunta, ¡respóndeme!

—Le digo que no sé... —Vaciló, confundido—. No puede ser, la periodista.

Fue en ese momento cuando la comprensión cayó sobre él como un enorme mazo. Por supuesto, era la única explicación posible y una espeluznante ironía del destino.

—¿Dónde está?

—Co-con los hombres, como ordenó el Obshchak. Le juro que no lo sabía; solo cumplí su voluntad.

Aleksandr rugió con violencia, cerrando las manos hasta que las garras le atravesaron la piel y su propia sangre goteó al suelo. Rodion se sacudió levemente.

Le temblaban las piernas mientras corría hacia la sala de tortura. Su corazón se encogió en un apretado puño y las lágrimas acudieron a sus ojos. Si Rachel moría, nunca conseguiría ser él mismo. A pesar de que al principio no supiera nada y de que todo pareciera una horrible burla del universo, él seguía siendo el causante de las lesiones de su mujer, y eso era...

Su león gimió resentido, enfadado y descorazonado.

—Por favor, no quiero perderla —le dijo. En su voz había una petición llena de angustia—. No esperé tanto tiempo para estar sin ella.

Aleksandr se encontraba seguro de que él tampoco quería estar sin su compañera. Aunque fuera humana, una periodista quisquillosa que casi los mete en problemas, y afroamericana, todo lo que nadie en la mafia aceptaría jamás. Pero no importaba; mantendría a Rachel a su lado aunque tuviera que luchar contra el propio Satanás.

Oyó las risas de sus hombres aún detrás de la pesada puerta de plomo. No fue lo que hizo hervir la sangre en sus venas igual que lava, sino los quejidos bajos de Rachel, quien había susurrado al cielo que acabara con su agonía de una vez por todas. Uno de los torturadores resopló y le dijo que aquello se encontraba lejos de suceder. «Somos buenos en comparación con el Pakhan», agregó. Lo eran, desde luego, y Aleksandr se habría sentido orgulloso de su propia violencia si no fuera porque en ese momento la víctima era la otra mitad de su alma.

Tomando una profunda bocanada de aire para tranquilizar sus emociones, empujó la puerta. Sus hombres se pusieron de pie tan pronto lo vieron. Aleksandr pasó de ellos por completo y mantuvo su atención en Rachel, quien se encontraba atada a una silla y tenía una bolsa de lona en la cabeza. Sangraba en algunos lugares y apenas podía mantenerse despierta.

—¿Alguno la tocó? —preguntó en ruso, sin apartar la vista de Rachel—. No me mientan, lo sabré.

Uno de ellos, cuyo nombre no le interesaba recordar, negó casi horrorizado.

—No, Aleksandr Vladimírovich.

No percibió ni olió mentira en el aire, por lo que se permitió relajarse. Si alguno de ellos se hubiera atrevido a... No quería ni siquiera pensarlo; pero estaba seguro de que sus muertes serían lo menos piadoso que hubiera hecho en la vida.

Se acercó a Rachel y le quitó la capucha. Ella apenas levantó la cara para mirarlo; el absoluto horror se adueñó de sus ojos al instante. Aleksandr luchó contra sí mismo para no mostrar debilidad, algo que le estaba prohibido como líder de la Solntsevskaya Bratva, de modo que mantuvo una sonrisa arrogante en todo momento.

—Bueno, ¿y qué esperan? —habló de nuevo al mismo hombre—. Desaten a mi mujer, ahora mismo.

—¿Cómo que su...?

—Entonces, ¿tengo que dar explicaciones? ¿Es así como funciona esto? —Levantó una ceja—. ¡Desátala!

El mismo hombre insoportable empezó a balbucear disculpas y palabras ininteligibles. Aleksandr, cuya paciencia nunca fue una virtud, tuvo que ejercer toda su fuerza de voluntad para no provocar una masacre.

Cuando por fin se cumplieron sus órdenes y los hombres que torturaban a su compañera se marcharon, Aleksandr se permitió abrazarla. Rachel se resistió al principio, luchando con las pocas fuerzas que aún le quedaban; no obstante, en cuanto la besó, se quedó completamente tranquila en sus brazos. También perdió el conocimiento.

Aleksandr sintió que su corazón dejaba de latir durante un segundo. Fue entonces cuando, en medio de gritos de angustia, solicitó la intervención de los médicos.

 Fue entonces cuando, en medio de gritos de angustia, solicitó la intervención de los médicos

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La mujer del Pakhan┃ Las mujeres de la mafia #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora