CAPÍTULO 22

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Rachel se acomodó entre sus piernas para ver aquella complicada comedia romántica

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Rachel se acomodó entre sus piernas para ver aquella complicada comedia romántica. Aleksandr ni siquiera prestaba atención; todos sus sentidos se centraban en ella. En su suave respiración, que le hacía subir y bajar ligeramente el pecho; en cómo sonreía ante las ocurrencias de la protagonista y cómo se pellizcaba la pierna cuando la trama parecía ir en su contra...

No se detuvo ahí, sin embargo. Aunque conocía el cuerpo de Rachel a la perfección, se dedicó a explorarlo con delicadeza, disfrutando de cómo se sentía bajo las yemas de sus dedos y de las reacciones que ella intentaba disimular.

Cuando llegó a sus muslos e intentó acariciarlos, la mano de Rachel sobre la suya le impidió hacer cualquier cosa. Pensó que lo apartaría; por el contrario, ella lo guio debajo de la bata de satín hacia el centro de sus piernas y flexionó las rodillas. Aleksandr levantó las comisuras de los labios en una de sus habituales medias sonrisas mientras frotaba la palma de la mano contra el bulto que empezaba a formarse.

Desde el principio supo lo que hacía, claro. Provocarla siempre resultaba fácil: unos cuantos besos y roces, en ocasiones solo palabras, y ella respondía. Le pareció que «sensible» era una buena forma de describirla, incluso si ella iba más allá.

—Pierdes tuya película, katyonak —dijo con burla.

Suspirando, Rachel echó la cabeza hacia atrás para verlo. Sus ojos estaban casi demasiado brillantes por el deseo.

—No quiero ver ninguna película.

—Yo sí.

—¡Ni siquiera te gusta!

—Tuyos ojos en pantalla, Rachel. Vemos película y tú no quejas.

—¿¡Me estás dando órdenes!?

—Da.

La chispa en sus ojos creció en el momento en que comprendió lo que sucedía. Pero todavía los puso en blanco, molesta, y refunfuñó: «Eres un amargado», antes de obedecerlo. Aleksandr resopló una risa y replicó en el mismo tono «buena chica»; Rachel contuvo la respiración.

Todavía con la palma de la mano, presionó la erección de Rachel y frotó despacio, sin atreverse a profundizar. Si bien lo deseaba tanto como ella, le pareció que no era el momento adecuado. Quería explorar un poco más, descubrir lo que fuera que se le hubiese escapado; también llevarla a ese punto de no retorno en el que Rachel podía ser ella misma sin restricciones.

Cerró la mano alrededor de sus testículos, por encima de la ropa interior. Le parecieron pequeños, a diferencia de los propios, e intentó compararlos con cualquier cosa que hubiera tocado en ocasiones anteriores; no pudo. No eran como los labios de una vulva y, por extraño que pareciese, no deseaba que lo fueran.

Su mujer era su mujer. Aleksandr no cambiaría nada de ella. Su cuerpo, su mente y su alma eran perfectos, a pesar de que el mundo hubiera intentado hacerle creer lo contrario. Aunque él mismo lo hizo una vez.

La mujer del Pakhan┃ Las mujeres de la mafia #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora