Rachel Williams es una reconocida periodista y defensora de los derechos humanos que no se detiene ante nada para alcanzar sus objetivos. Por lo tanto, cuando se entera de la próxima reunión ultrasecreta de la Solntsevskaya Bratva, decide infiltrars...
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Mientras caminaban juntos por el pasillo que conducía a las escaleras, Rachel ignoraba lo que estaba a punto de presenciar. La Casa Grande era en realidad un palacio. Y con «un simple baile», Aleksandr se refirió a la asombrosa celebración digna de la realeza que tenía lugar.
Había un escenario en el que tocaba una orquesta; una enorme mesa llena con bebidas de todas clases y otra con aperitivos; una fuente de chocolate y... La vista no le alcanzó para continuar. Era simplemente maravilloso; sin embargo, tan aterrador como un paseo por el infierno. Lo fue aún más cuando la música se detuvo despacio y todas las cabezas de la sala se volvieron hacia ellos.
Los aplausos que comenzaron con Viktor y Nadezhda, fueron seguidos por los invitados de Aleksandr. Las piernas de Rachel volvieron a entumecerse y flaquearon, por fortuna no se cayó; aun así, necesitó detenerse para respirar.
Aquello era mucho más que la fantasía de una adolescente negra, demasiado pobre para cumplirla; y ahora ni siquiera podía fingir que se trataba de alguna reunión de celebridades para justificar la opulencia que la rodeaba. Estaba más allá de todo eso, era simplemente la Solntsevskaya Bratva en su esplendor.
Permanecieron al pie de la escalera durante minutos, no supo cuántos, hasta que los aplausos disminuyeron. Aleksandr le tomó la mano con la suavidad que lo caracterizaba y la ayudó a bajar por el centro de los escalones, que estaban cubiertos por una delicada alfombra negra y decorados con pétalos de rosas rojas.
Una vez abajo, fueron recibidos por un grupo de hombres y mujeres. Ellos, cuyo aspecto imponente más que tatuajes los delataba como jefes de otras facciones de la mafia rusa, empezaron a felicitarlo, mientras que ellas permanecían en silencio, siendo simples floreros adornados con joyas preciosas, en cuyos ojos no había rastro de sentimiento alguno.
Rachel no pudo evitar preguntarse si aquel se convertiría en su destino: al aceptar la unión con Aleksandr, ¿había renunciado también a su libertad, a sus valores y a todo aquello en lo que creía? Todo por lo que había luchado... La idea le produjo escalofríos y, por un instante, cuando el futuro se teñía de gris, el arrepentimiento llamó a la puerta de su corazón.
Aquel no era el amor que anhelaba.
El brazo de Aleksandr la rodeó por la cintura y sus labios le besaron la mejilla. Rachel intentó sonreír; no lo consiguió. Su cabeza había empezado a imaginar escenarios catastróficos. Su cabeza había empezado a imaginar escenarios catastróficos y, por más que lo intentaba, no podía detenerla.
—Tú preocupas —le susurró al oído, cuando quienes los rodeaban se alejaron—. ¿Qué mal?
—Nada, es que...
—No mentira. ¿Qué mal?
Rachel tomó aire, tratando de calmarse. La herida del cuello, apenas cicatrizada, había empezado a dolerle por alguna razón. Estaba caliente al tacto y esa misma sensación le llenaba las venas de forma desagradable.