CAPÍTULO IV

18 11 0
                                        

El Capitán Johnson permaneció en su auto, estacionado frente a la comisaría, con las manos firmemente apretadas sobre el volante. Había pasado un buen rato desde que se estacionó, pero no se había movido. La noche estaba en calma, solo el leve murmullo de la ciudad lo rodeaba, pero su mente era un torbellino de pensamientos. Las cartas que había leído una y otra vez parecían quemar en el asiento del copiloto.

"¿Cómo pudo haber pasado esto?", se preguntaba. Las palabras de Tomás Anderson aún resonaban en su cabeza, cada línea escrita con una desesperación que no podía ignorar. ¿Cómo había llegado ese chico a un punto tan oscuro?

Finalmente, con un suspiro profundo, Johnson abrió la puerta del auto y salió, sintiendo el aire fresco de la noche en su rostro. Miró alrededor, tomando un momento para recobrar la compostura. No podía permitirse parecer afectado frente a su equipo. No ahora.

Cerró la puerta del auto y, mientras caminaba hacia la entrada de la comisaría, sacó su teléfono. Sin dudarlo, marcó el número de uno de los oficiales que participó en el caso de Diego y Laura.

—Necesito que te reúnas conmigo en la comisaría —dijo en un tono bajo pero firme.

El tic-tac del reloj de pared era el único sonido que llenaba la habitación. El ritmo constante del segundero se entrelazaba con el susurro de las páginas siendo vueltas por el oficial que se encontraba frente al escritorio de Johnson. Cada giro de hoja parecía resonar en el silencio, mientras los ojos del oficial se movían rápidamente sobre las palabras escritas en las notas de Tomás Anderson.

El Capitán Johnson observaba en silencio, apoyado en el respaldo de su silla, con los brazos cruzados. No decía una palabra. Había aprendido a esperar, a dejar que el peso de las pruebas hablara por sí solo. Sus ojos seguían cada pequeño cambio en la expresión del oficial, buscando la más mínima señal de duda o sorpresa.

El oficial detuvo su lectura por un momento, levantando la vista hacia Johnson, pero sin pronunciar palabra. Sus labios se apretaron en una fina línea, y la tensión en su rostro era palpable. El reloj seguía marcando el tiempo, implacable, mientras el Capitán aguardaba pacientemente su reacción, sabiendo que lo que esas notas contenían podía cambiar el rumbo de la investigación.

—¿Qué es esto Will?—Pregunta, rompiendo el silencio en la habitación.

Jhonson, sentado en su cómoda silla, estaba desorientado, no podía responder a la pregunta de su compañero, pero como sintiera un gran dolor en sus cuerdas vocales, habló.

—Es la declaración de un chico partícipe en la muerte de Diego y Laura Pearson.—Exclama, sin ningún remordimiento.

El oficial, con el rostro aún pálido por la lectura de las notas, no apartó la vista de Johnson. Su expresión mostraba una mezcla de incredulidad y preocupación.

—Y que significa ¿Que esos chicos nunca se fugaron por ser maltratados?—

Johnson se acomodó en su silla, mirando la carpeta con las notas de Tomás Anderson como si intentara descifrar un enigma. Su mente estaba en ebullición, tratando de conectar los fragmentos que las notas dejaban entrever.

—Significa —comenzó Johnson con voz grave— que Tomás Anderson no era solo un chico con remordimientos. Hay algo más detrás de su historia, algo que probablemente nos está diciendo, pero que no está claramente expuesto en sus cartas. Esta declaración puede ser la clave para desentrañar el verdadero motivo detrás de las muertes de Diego y Laura.

NUESTRO SECRETODonde viven las historias. Descúbrelo ahora