Yo y Mis Descubrimientos

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La cercanía que tenemos Bruno y yo en la oficina, ahora que hemos parado para ver su trabajo con el calendario, es extrema, nuestras piernas se rozan de tal manera que sé que buscamos así el contacto que no hemos tenido en toda la mañana mientras ...

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La cercanía que tenemos Bruno y yo en la oficina, ahora que hemos parado para ver su trabajo con el calendario, es extrema, nuestras piernas se rozan de tal manera que sé que buscamos así el contacto que no hemos tenido en toda la mañana mientras yo atendía a mis bichitos y él me miraba hacerlo.

     Cuando salimos de mi casa, él quiso pasar por la suya a recoger las fotos para enseñárselas también a Nines, para que juntas decidiéramos el orden de aparición en lo que serán los meses del año, y como le dije que Álvaro me recogería aquí, él se ofreció a traerme en su coche. 

     Mira tú, si al final, casualidad o no, se parecen demasiado. Es un hecho que Bruno consiente “los turnos”, pero que lo haga no me convierte a mí en mejor persona. Sigo siendo lo peor.

     Hasta aquí, todo bien, no pude negarme a su argumento: Elige, Alex, o vamos juntos hoy a la protectora o mañana por la mañana  te reviento la despedida de Álvaro para llevarte a buscar tu coche, porque es domingo y me toca. Así que me subí al suyo para unos minutos después verle salir de su casa con otra ropa más cómoda, para el campo, y el portátil con su trabajo, para la oficina, en su inseparable cartera de piel.

     —No hagas eso, espera un momento. —Bruno no me permite que maneje su ordenador.

     —Vuelve atrás, quiero ver una cosa —le ordeno yo cuando me ha parecido ver que las primeras fotos en la galería no eran del todo las que esperaba para un calendario familiar de animales domésticos.

     —El resto de las fotos son aún más interesantes, Alex, tienes de sobra donde elegir, está Lexi, su pareja de agapornis… —dice él empeñado en no pasar a la galería dejándome ver solo las fotos individuales. 

     —Bruno. —Y aprovecho que estamos tan pegaditos que toco su pierna para llevar la caricia más allá de la rodilla, por todo su muslo—. Quiero ver la de antes, ¿sí?

     Él mira mi mano,  impresionado. Su respiración se acelera cuando intuye el destino final, cerca de su entrepierna.

     —Hazle caso a esa loquita o saltará sobre ti hasta conseguir su propósito.

     Bruno se sorprende de que estemos siendo observados y retira mi mano a tiempo de alcanzar su cremallera Yo no, no me da vergüenza saberme observada, ya ni me preocupa descubrirlo. En eso deberemos trabajar más, llegar a un punto medio, que parezca que nos miran me podría valer.

     —Nines, guapa, ¿tú no tienes nada mejor que hacer por ahí fuera?, ¿cortarle las uñas a los loros, por ejemplo?

     Mi amiga entraba a la oficina para cambiarse de ropa, no la veo yo con tarea pendiente de hacer ahí fuera si ya está por irse a comer.

     —No. Vengo a ver las fotitos con vosotros, Bruno me invitó.

     —Sí, sí, pasa,  siéntate aquí.

CAFÉ A CIEGAS, con doble de azúcar. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora