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Dos semanas habían transcurrido desde aquella noche en la que tuvo su pequeña aventura en el bar & restaurante, y desde entonces, muchas cosas habían cambiado. La primera es que, al regresar a su casa, fue directamente al baño de su habitación para darse una larga y muy relajante ducha. Por primera vez en mucho tiempo, se dedicó a lavar su cabello como Dios manda. En general, se dio una extensa sesión de cuidado personal y, después de escuchar dos de sus playlists, salió del baño sintiéndose renovada.

Se tomó el tiempo para secar y cepillar su cabello con sumo cuidado, casi de forma ridícula, como si estuviera en alguna película, pero realmente necesitaba ese momento consigo misma. Se necesitaba a sí misma. Los días siguientes se centraron en limpiar el desastre que tenía en su cuarto y retomar los ejercicios que la mantenían en forma, antes de que venciera el permiso que había solicitado en la academia. También se tomó un respiro, no solo del baile sino de sus amigas en general. Lo que pasó con Dean la había descolocado, pero lo de sus amigas la había jodido. La única con la que había hablado era Stella, y eso fue porque ella se presentó en su casa después de que Joe ignorara su celular y los muchos mensajes que le llegaban sin descanso. Ese día, ambas conversaron sobre la situación. Stella le contó que, la noche en que sucedió todo, el imbécil de su hermano mayor había secuestrado su celular para rastrear el suyo porque lo había perdido en el campo de fútbol en el que había ido a jugar. Pero una vez lo recuperó y se enteró de todo, corrió a buscarla.

Joe se sintió mucho mejor al tener a una amiga genuinamente preocupada por ella, pero decidió no hablar del tema y simplemente dejarlo pasar. Al menos en esos momentos, no quería hablar de la situación. El resto del tiempo se concentró únicamente en sí misma y en volver a poner en orden su vida. No se permitió pensar nuevamente en Dean ni en todo lo relacionado con él. La sensación de tranquilidad que experimentó la noche que conoció a Oliver se encargó de mantenerla celosamente en ella, sin permitir que nadie más perturbara la paz que había encontrado y que hasta la fecha había cultivado cuidadosamente.

Hablando de eso, tampoco había hablado con Oliver.

Oliver, ese imbécil arrogante, divertido y tonto que la dejó en aquel bar, aunque con un lindo gesto, igual la dejó. Sin embargo, Joe no podía decir que estaba enojada. Probablemente se sentía irritada hacia él por un motivo que aún no podía entender, y por eso no le había llamado ni escrito. El tipo había sido demasiado personal; pudo haberle dado sus redes sociales o algo más público, pero directamente le entregó su número telefónico. Puede que Joe estuviera exagerando, pero aun así, no se animaba a hablarle. Y ya.

Los días habían seguido pasando, y no fue hasta un miércoles de la tercera semana por la noche cuando, mientras se mordía el labio, decidió guardar el número de Oliver y luego enviarle un mensaje, cuyo contenido no era el común "Hola :)" con el que cualquier persona normal iniciaría una conversación. No, Joe tenía que ser más original que eso, por lo que le envió un:

"Allora, quando andiamo a prenderci un'altra Margarita Sunrise?"

Bien. Perfecto. Espléndido.

Si tuviéramos que enumerar todo lo que está mal en ese mensaje, lo primero que ocuparía el primer jodido lugar es que Joe ni siquiera habla italiano, y como si eso no fuera suficiente, ni siquiera se había dignado a escribirle antes, pese a que tenía su número desde hacía mucho tiempo. Ahora, simplemente le preguntaba cuándo volverían a salir, y encima en un idioma extranjero, aun cuando ni siquiera conocía el apellido del sujeto o cuántos años tenía. Porque claro, ella habló con Oliver sobre cómo el capitalismo era mejor que el comunismo, pero en ningún momento le preguntó algo tan básico como cuántos años tenía o lo que una persona normal pregunta al conocer a alguien. Y pese a todo esto, se negó a acobardarse y borrar el mensaje; lo hecho, hecho estaba, y ya fue.

Margarita Sunrise.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora